La sublimación del cante
Mayte Martín sigue ahí arriba, en su propia nube. Yo creo que nadie canta hoy como ella. Tiene fama de cerebral -y lo es-, pero en esta actuación sin micrófonos arrancó más olés que nadie. Así, a pelo, una experiencia de la que ella ya ni se acordaba. Pero como tiene mucho talento y facultades le sobran, instrumentaliza la voz para obtener de ella un cante de increíble belleza. Sublima el cante, lo convierte en poesía de ángeles.
Lo contrario, diría, que el cante de Tomasa La Macanita, pegado inquebrantable a la tierra de Jerez, con sus penas y sus alegrías, pero cante de una vez, quejado y jondo. Por soleares y por bulerías, como siempre, la cantaora se vuelca en generosa entrega.
La guitarra de concierto estuvo en manos de Gerardo Núñez. Unas manos que son verdaderamente sabias en esto. El toque de Núñez es rico, fértil en ideas que huyen de lo tópico y que sólo un superdotado de la técnica como él podría convertir en música de enorme atractivo. En algunos de los temas le acompañó Israel Galván, quien hizo bailes largos, a su estilo, es decir, como ateniéndose a un programa cuidadosamente preparado en laboratorio. En definitiva, una ruptura con el baile flamenco tradicional que él transforma en otra cosa, todavía no sé si para bien o para mal. Es un baile de composición de figuras sucesivas alternadas con parones bruscos que lo fragmentan. Galván se atiene a la música flamenca, sí, y hace gala de una prodigiosa capacidad para los zapateados más imprevisibles, pero no siempre convence.
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