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OPINIÓN
Columna
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Olavide en su olvido

¿Por qué don Pablo de Olavide habrá elegido para su regreso transitorio los preliminares de este verano implacable? Desde luego denota escasa confianza en el efecto que pueda producir sobre la desmemoria oficial. Cada noche, no obstante, se pone a cavilar de nuevo por los Reales Alcázares, que fue su morada en Sevilla, gracias a un montaje teatral de La Imperdible, que le hace justicia. (No se lo pierdan). También días pasados, Antonio Cascales lo convocó a una reunión como de amigos (sobre el papel, una conferencia) en el mismo sitio. No os inquietéis, parece decirnos el limeño. Dentro de poco, me volveré a mi olvido y os dejaré sestear tranquilamente.

Veinticinco años tenía este raro ejemplar americano cuando llegó a España, en 1750. Venía a responder de unas presuntas malversaciones en las obras de reconstrucción de la capital del Perú, tras el terremoto de 1746. Pero acabó siendo nombrado intendente de los cuatro reinos de Andalucía, además de Asistente (Corregidor) de Sevilla. Seguro que a Carlos III le hizo gracia que hubiera empleado el dinero para reconstruir una iglesia en reconstruir un teatro. Además, claro, de su talante reformador, ingenio a raudales y una cultura proverbial. Todo en él debía transparentar un alma conquistada por las ideas de los enciclopedistas franceses, dispuesta a llevar la luz de la razón, la libertad y la justicia, dondequiera se le mandase. Este es mi hombre, debió pensar el monarca. Si ha sido capaz de bregar con un terremoto, seguro que puede meter en cintura a los caciques andaluces. Se equivocó.

En Andalucía, en Sevilla, aguardaban a Olavide las más negras entrañas de la nación. Podrida nobleza, sotanas medievales. Tal vez no debió hacer alarde de los dos mil quinientos libros que traía, muchos prohibidos por Roma, ni de su aire volteriano. Tal vez no debió desvelar sus planes tan pronto, su 'poder para dibujar utopías' (Cascales). Entre otras, enderezar el Guadalquivir, haciéndolo navegable hasta Andújar (primer y verdadero intento de articular Andalucía); aplicar la libertad de comercio, reformar la Universidad, crear nuevas poblaciones con inmigrantes alemanes, aclarar las cuentas del Ayuntamiento, en manos de especuladores y acaparadores. Demasiado, sin duda. Probablemente fue en lo último donde tropezó del todo, como que acabó en las mazmorras de la Inquisición. Gracias a su ingenio pudo escapar a Francia, cuya Revolución lo nombró 'mártir de la libertad'. Tras el Terror, sin embargo, y hastiado de la orgía de sangre, fue de nuevo encarcelado, esta vez por los secuaces de Robespierre. Casi de milagro se salvó también de la guillotina. Rehabilitado por Carlos IV, regresó a Andalucía, a casa de una prima suya, en Baeza, donde siguió maquinando ensoñaciones geométricas y donde murió, a la edad de 78 años. ¿Verdad que parece mentira? Es como si todo eso hubiera ocurrido en una historia aparte, una burbuja del tiempo en cuyo interior también gesticulan, inaudibles, Blanco White, Machado, Cernuda, Chaves Nogales, Martínez Barrios... O en la mente recalentada de algún guionista, que sueña con hacer programas sustantivos para la televisión andaluza. ¿Quién dijo utopías?

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