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De espectadores a protagonistas

Joan Herrera

Después de seis años de apoyo mutuo entre CiU y PP, aunque no siempre proporcionalmente recíproco, Jordi Pujol, con la aquiescencia del mismo Aznar, nos ha acostumbrado a sacarse de la chistera, de forma más o menos regular, el conejo de las disputas. Con esta vieja fórmula ha intentado marcar distancias y fidelizar electorado. Cuestiones sin duda importantes como el decreto de humanidades, el debate sobre la lengua o la denunciada y evidente vocación jacobina del Ejecutivo de Aznar son algunos de los desencuentros recientes entre ambas formaciones, que de enfatizarse regular y oportunamente, podrían contribuir, según creen algunos, a la ansiada remontada convergente. Para ello es preciso continuar incitando debates que permitan el distanciamiento tan necesario entre ambas formaciones; en dicha lógica es más importante la escenificación que no la definitiva resolución de debates sobre la lengua o la necesidad de las selecciones deportivas catalanas. Lo cierto es que no son las cuestiones, sino su escenificación la que propicia el litigio entre PP y CiU. De esta manera empiezan a calentar motores para cuando haya que romper peras, llevan a cabo la campaña de rigor, y a la vez contribuyen a esconder bajo la alfombra los grandes asuntos pendientes para el desarrollo de Cataluña.

La política de CiU se centra más en crear escenarios vistosos que debates realmente interesantes

Pero en este cálculo fallan dos de los ingredientes de la clásica receta. En primer lugar, el debate político catalán viene centrándose en los últimos tiempos en la controversia entre izquierda y derecha y no en el binomio Cataluña-España. En segundo lugar, de poco sirve enseñar Els segadors si paralelamente se negocia, más pendientes de la venta del acuerdo que del pacto en sí, algo tan fundamental como el sistema de financiación. A día de hoy el consejero Homs no es capaz de concretar qué le va a suponer a Cataluña en cuanto a incremento de recursos o en materia de autonomía fiscal. Pese a ello continuamos con la sempiterna teatralización de la política, tan propia de planteamientos cortoplacistas y de gobiernos sin proyectos con visión de futuro. Suerte tenemos de que tanto teatro, frecuentemente convertido en comedia, haya permitido adquirir los hábitos del buen espectador al conjunto de la ciudadanía, que ha aprendido a distinguir entre el debate político de lo que es un mero sainete.

Ahora bien, el mayor elemento de preocupación es el sorprendente contagio que se ha dado en la política catalana por las ganas de actuar. Lo que era la típica y tópica práctica pujolista de escenificar odios y enfados que se quedaban a menudo en la superficialidad, parece haberse transmitido a parte de la oposición. Cuál puede ser si no la explicación de que Maragall se haya enfrascado en una moción de censura a dos años vista de las elecciones, quedándose en la superficialidad del tacticismo parlamentario y dejando de lado lo que en cualquier caso debería de ser motivo de la acción parlamentaria en un momento como el actual: poner en evidencia el desgobierno existente. El problema de Cataluña no era hace unos meses saber si la ley del conseller en cap era legal o hoy conocer si la moción es a tres o a uno. Lo peor que podría pasarnos a catalanes y catalanas es continuar sometidos a dos años y medio de falta de acción política, de debilidad para negociar en Europa y en Madrid, y de continuidad en lo que son las políticas de CiU. Tenemos sobre la mesa la involucionista reforma de la Ley de la Corporación de Radio y Televisión de Cataluña, déficits sin precedentes en materia de educación o una consejería de Medio Ambiente con el territorio y el mundo ecologista al borde de la sublevación. Ante tal panorama, continuar escenificando sólo sirve para perpetuar la situación.

En ese contexto sería oportuno poner el énfasis en propuestas encaminadas por un lado en el diagnóstico de parálisis, agotamiento y debilidad del Gobierno y por otra parte en sus posibles salidas. Una moción de censura derrotada, aunque fuese en el mejor de los casos por un solo voto, contribuiría a incrementar el hastío de la ciudadanía en los dimes y diretes de la política catalana. La posibilidad de hacer que CiU cambie de bando tampoco serviría para acabar con este fin de etapa y, por supuesto, condicionaría cualquier cambio de rumbo del futuro Gobierno de la Generalitat. Después de veinte años de gobiernos y políticas convergentes, desde la perspectiva de mucha gente que se siente de izquierdas, las urgencias históricas no se sitúan en la sucesión, sino en el relevo. La apuesta es, por tanto, más de cambio que de recambio. Para que este cambio se pueda dar, o como mínimo para finalizar con la parálisis de la acción de gobierno, es necesario un avance electoral que permita al conjunto de la ciudadanía pasar de espectadores a protagonistas, y además acortar la crisis que supone situarse en el interregno entre el fin y el nacimiento de diferentes etapas. Y si bien es difícil que Pujol decida esta vez hacer un acto patriótico mas allá de las necesidades de su partido y de su candidato, y convocar elecciones, más quimérico aún es pensar que a estas alturas se puede cambiar de partener, o incluso cambiar de política.

Joan Herrera es portavoz de Iniciativa per Catalunya-Verds.

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