Honda indagación del idilio de John Huston con Joyce
Hoy, Canal + reanuda sus impagables noches temáticas con un doble buceo en la huella imborrable que dejó en la vida y la obra del cineasta norteamericano John Huston el descubrimiento -que comenzó cuando tenía 20 años, el día que su madre le regaló una edición clandestina del, por entonces prohibido en Estados Unidos, Ulises de James Joyce- de la hondura y la persistencia de sus raíces irlandesas.
Las dos caras de este buceo monográfico de Canal + son, por un lado, el diáfano y preciso testimonio documental de la conversión por John Huston de Irlanda en su tierra íntima elegida; y, por otro, el rescate de la cumbre testamentaria de su cine, lograda en la filmación -sobre un carrito de ruedas, con la respiración asistida, enfermo casi terminal de enfisema, ya con un pie en la tumba- de Dublineses, el sobrecogedor filme que cierra su obra y en el que Huston logró la hazaña de filmar con apasionante y desconcertante concisión y precisión las oscuras estancias interiores de la imaginación de James Joyce, escritor en cuya obra el cineasta identificó la fuente irlandesa de sus ideas y sus pasiones esenciales.
Tras Dublineses, esta noche temática ofrece ese aludido documento, que hay que añadir al cálido rincón donde la memoria guarda las joyas de la mejor, la más solvente y viva producción propia de Canal +. Se titula Huston y Joyce (diálogo con los muertos), lo ha producido Isabel Lapuerta, lo escribió Carlos F. Heredero y lo dirige Carlos Rodríguez, mágica triangulación de autorías que no es la primera vez que vemos encabezar un documento de esta especie indagadora de lo inexplorado del cine e iluminadora de las zonas de sombra que alimentan a la luz de la pantalla. Son gente que, con toda evidencia, conoce y ama lo que hace, y esto se percibe nítidamente en cómo lo hacen.
Habla este documento del largo encuentro, o idilio, de un escritor irlandés de Irlanda que se exilió hasta la muerte de su isla; y de un irlandés de América que, hacia la mitad de los años cincuenta, huyendo de un zarpazo del fascismo de Estados Unidos, se descubrió a sí mismo perdido en medio de Irlanda, y se hizo allí mismo irlandés hasta los huesos y la muerte.
Pasan por la pantalla del bello documento viejas imágenes y pasa también un soplo de voz arrancada del silencio de James Joyce. Y pasan muchas vivas tomas de la ruidosa vida aventurera de Huston; mientras quedan las presencias de sus hijos Tony y Anjelica Huston; el guionista de Fat City, Leonard Gardner; la actriz de Dublineses Rachael Dowling; y las sombras fugaces de Marlon Brando, Jean-Paul Sartre, Marilyn Monroe, Arthur Miller, Elizabeth Taylor y otras leyendas que pueblan la parte ostentosa del seductor Huston, que luego, en otras angulaciones más secretas, es cazado en muy distintas interioridades, como la que nos desvela su melancolía, y que fue su madre, de enigmática inteligencia, quien le inició en su idilio con Joyce, que cuajó en la idea de rodar Dublineses mientras hacía Moby Dick en 1956, y la locura se aplazó durante 31 años, por imposible, por descabellada, hasta que, en 1987, ya en el borde de la tumba, le era por fin posible a Huston hacer esta su soñada incursión sin retorno en el territorio de los muertos.
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