Tiempo de amar, tiempo de vivir
De las muchas maneras literarias con que se viste la estación del amor, al compás de la sangre encendida, no es nada desdeñable la que cada año, entre las flores de abril y la granazón de junio, permite incorporarse a los jóvenes enamorados. Y entre éstos, los que sienten la repentina turbación por las lindes de la niñez. Un acontecimiento bastante más temprano de lo que los mayores tendemos a admitir -acaso porque no queremos recordar cuándo nos brincó por vez primera-, pero que llena páginas y páginas de cuadernos escolares, en trémulos versos. Cualquiera que esté en contacto con treceañeras -pues trátase sobre todo de una afición femenina- habrá visto circular entre ellas esa especie de literatura clandestina de los rubores iniciales, copiándose unas de otras coplillas y más coplillas, como si de un noviciado amoroso se tratara. Y ni los exámenes pueden contener tan desbordante marea.
El gran antropólogo británico Jack Goody (que nos disertó la semana pasada, en un congreso celebrado en Guadalajara, sobre el apasionante conflicto entre oralidad y escritura) ha dedicado importantes páginas a la relación entre la cultura escrita y el concepto del amor. Se enredan éstos de tal modo -como la zarzamora con su vallao- que lo uno ya es inseparable de lo otro, y hasta cabe la sospecha de que, sin esa literatura que moldea las nociones elementales del corazón, las emociones mismas no podrían germinar, o desarrollarse al menos. Un asunto más importante de lo que parece. Desde luego, la idea de la fatalidad del amor y la de los celos, esenciales en la cultura occidental, no prenderían siquiera.
Letrillas de enamorados solemos llamar a esos caudalosos ríos de octosílabos en asonante, que tienden a cubrir toda la panoplia de los sentimientos, pero principalmente a transmitir las claves fundamentales de una cultura. En punto a aquella fatalidad complacida, la del tópico flechazo, los ejemplos son innumerables y se repiten en las recopilaciones hasta la saciedad: 'Si tus brazos fueran cárceles / y tus manos dos cadenas / qué bonito calabozo / para cumplir mi condena'. 'La naranja nació verde / y el tiempo la maduró. / Mi corazón nació libre / y el tuyo la cautivó'. 'El amor es cuesta arriba / y el olvidar cuesta abajo. / Yo prefiero enamorarme / aunque me cueste trabajo'. 'Te quiero más que a mi madre, / no sé si estaré pecando. / Ella me ha dado la vida, / y tú me la estás quitando'. 'El amor lo inventó un ángel / con los ojitos cerraos. / Por eso estarán tan ciegos / toítos los enamoraos'. 'Si quieres que yo te olvide / pinta un pino en la pared. / Y el día que eche piñas, / ése te olvidaré'.
Los celos ocupan el siguiente renglón: 'De qué me sirve llorar / y dar vueltas como un loco, / si yo me muero por ella / y ella se muere por otro'. 'Cuando vayas a la iglesia, / échate un velo a la cara. / Que los santos, con ser santos, / de los altares se bajan'. 'La perdiz en el arroyo, / los mirlos en el zorzal. / Mi corazón en el tuyo, / el tuyo... no sé con cuál'. Pero los tiempos cambian, y la nueva cultura se incorpora a esta tradición: 'Si yo tuviera dinero / como tengo voluntad, / alquilaría a Supermán / para irte a visitar'. Y el desparpajo burlesco, muy abundante también: 'Si yo fuera Supermán / te llevaría volando, / pero como no lo soy, / te j... y vas andando'. 'Si algo tienes con mi hija, / no la beses en el balcón. / Que aunque el amor es ciego, / las vecinitas no'. 'Si un rubio te pide un beso / y un moreno el corazón, / no rechaces al moreno / por ese rubio abusón'. 'Asómate a la ventana / y echa medio cuerpo fuera. / Echa aluego el otro medio, / verás que jardazo pegas'.
Juegos de palabras y trabalenguas se sumarán a este repertorio inacabable, como en ésta, que bien podría haber inspirado a Abel Martín: 'Si porque te quiera quieres / quieres que te quiera más, / te quiero más que me quieres, / ¿qué más quieres, quieres más?'.
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