'¿Dónde me van a dar una casa con jardín?'
El nuevo recinto de la Fira, pendiente de las últimas expropiaciones
Su vecino, Mariano, que tiene otros 1.500 metros cuadrados en la misma acera de la Gran Via, compra y vende camiones, un negocio de alta rentabilidad y escaso linaje. Tras ellos, una segunda línea de oficios variopintos -Bidones Valero y Transportes Gutiérrez, entre otros- con viviendas que da a la calle de la Independencia, anunciada en teja raída sobre un fondo lóbrego de cal amarillenta.
Araceli Guix vive en Can Pi y recuerda que la mayoría de los que se han ido del barrio aceptaron las condiciones de la junta de compensación y fueron a parar a las casas construidas al otro extremo del polígono. Ella resiste: 'Mi padre tiene una propiedad de 6.000 metros cuadrados y no nos marcharemos si no nos lo pagan'. Luisa Casanovas y Diego Oliva, vecinos de Araceli, esperan también la visita de la Administración. Tienen un oído pegado a la calle sin asfaltar y el otro ensordecido por el rumor de fondo de la Gran Via.
Los vecinos de Can Pi, últimos mohicanos de Pedrosa, tienen el estigma del resistente: '¿Dónde voy a encontrar 150 metros de casa y un jardín, como tengo aquí? No pienso ir a Can Serra ni al polígono Gornal de L'Hospitalet, a un piso de 60 metros cuadrados', se queja Araceli. El expropiado anhela sacar el máximo provecho de su situación. Especula y aguarda, durante años si es preciso. Al final, le espera un interdicto judicial; es carne de justiprecio.
Los que se fueron del barrio viven en una zona de nadie que se encuentra entre los nuevos pabellones levantados por la Fira y el paseo de la Zona Franca. Allí hay cuatro hileras de viviendas unifamiliares y un conjunto de pisos con fachadas encaladas en rojo butano. En total, 68 casas y 36 pisos, es decir 104 vecinos enclavados en el polígono de expansión ferial, un cuadro urbanístico conocido familiarmente por los expertos del sector como la herencia de Solans, el recuerdo del plenipotenciario Juan Antonio Solans, ex director general de Urbanismo y responsable del Instituto Catalán del Suelo (Incasol).
Tras una larga, cansina y archiconocida guerra de desgaste entre la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona en torno a la Fira de Barcelona, Solans colocó parte de los solares del Incasol a promotores privados, que acabaron construyendo las casas y los pisos. Las primeras 12 casas unifamiliares y todos los pisos fueron vendidos por un precio muy módico a los vecinos de Can Pi afectados por la feria. El resto de las casas fue adquirido por terceros a precios de mercado.
Hace dos años, cuando se presentó oficialmente el primer tramo de la ampliación de la Fira en Pedrosa, las casas estaban ya habitadas. Este conjunto bloquea hoy la expansión natural de los pabellones feriales, y la empresa patrimonial Fira 2000 tendrá que conformarse con seguir construyendo a ambas orillas de la calle de la Botánica.
Por encima de esta avenida, que ahora actúa como arteria central del complejo, se desparraman cobertizos de latón y alambre, aureolados por frondosas parras. Debajo de este escondrijo maravilloso reina la improvisación; hay un caos organizado de huertos, carpas y carruajes que hacen las veces de vivienda o cachivache, según convenga, de comerciantes y vendedores ambulantes.
Delante de este singular complejo se encuentra el barrio de San Isidro, barrera natural antes de alcanzar el paseo de la Zona Franca; y, bordeando el conjunto, las viviendas de Seat, construidas en la década de 1950 por el Instituto Nacional de Industria (INI) del almirante Suances. Debajo de los bloques, calles adoquinadas y pequeñas plazas que todas las mañanas de domingo albergan el mercadillo de Zona Franca, uno de los más concurridos del área metropolitana, comparable en extensión al que se celebra los sábados en el barrio de Sant Cosme, junto al polígono aeroportuario de Mas Blau, en El Prat de Llobregat.
Pedrosa tiene en Can Pi su puerta sur. Donde están ahora los neumáticos y los camiones, Fira de Barcelona quiere construir un edificio emblemático de oficinas que haga de pantalla del recinto, situado a siete kilómetros del aeropuerto. Y, a un extremo de la calle de la Botánica, se alzará la puerta sur, justo donde ahora se levanta Bauhaus, un edificio diametralmente opuesto al sueño de Walter Gropius, el arquitecto vienés cuyo falansterio de las artes ha inspirado el nombre de una cadena comercial.
En vez de Bauhaus, la Fira quiere una torre veneciana, culminada por una especie de pebetero olímpico, según el emblema diseñado para dar alma a la expansión en curso. Barcelona es una feria urbana; nada tiene en común con el monumentalismo faraónico de la Ifema de Madrid.
Cerca de Bauhaus, en un antiguo edificio de Phillips, el constructor Núñez y Navarro prepara un bloque de oficinas. Un poco más arriba, y antes de llegar a la plaza de Cerdà, otra inmobiliaria, la Clau d'Or, proyecta viviendas. Ambos son cazadores marinos, se mueven como peces en el mar proceloso de los costes comparativos.
El metro cuadrado en Pedrosa vale hoy unas 100.000 pesetas, frente a las 200.000 que cuesta en el frente marítimo de Diagonal Mar. En poco tiempo se habrán igualado. Pasqual Maragall, en su etapa de alcalde, soñó una Gran Via luminosa. Lo cierto es que su apuesta sigue: Pedrosa, en el lado mar, la Ciudad Judicial, en el lado montaña, flanquearán pronto esta entrada de Barcelona.
Cuando se vayan los resistentes, el escenario será el soñado, pero tendrá una excepción, el gran supermercado Pryca, cuya presencia ya anuncian las grúas y casetas prefabricadas instaladas en el solar que da a la Gran Via. Allí donde en las postrimerías del franquismo aún latía La Bomba, un barrio de barracas de la Barcelona del alcalde José María Porcioles simétrico al Camp de la Bota que había junto al río Besòs. Al lado de La Bomba había también unos grandes vertederos, los sitiales de basura en los que algunos traperos y chatarreros hicieron auténticas fortunas. Otros todavía están allí y no piensan marcharse sin una compensación.
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