Globalización y desigualdad
Cuentan de un rey inglés que un día formuló una pregunta a los sabios de su corte: ¿por qué pesa menos un pez muerto que un pez vivo? Los sabios se lucieron escribiendo docenas de estudios sobre el tema. Hasta uno de ellos tuvo la ocurrencia de pesar un pez vivo y volver a pesarlo después de muerto. Y comprobó que pesaban lo mismo. La cuestión estaba, pues, mal planteada.
Me acordaba de esta historieta -que me contaron como real- cuando, días atrás, leía un artículo escrito por dos profesores americanos y presentado en una conferencia organizada en Santa Barbara, California, en marzo de este año, sobre La globalización en una perspectiva histórica. ¿Aumenta la globalización la desigualdad mundial?, se preguntan los autores.
La pregunta que nos hemos de hacer no es si la globalización fomenta la desigualdad económica, sino cuáles son las formas de esa desigualdad y cuáles sus causas
Su conclusión es que, al menos desde hace cinco siglos, nuestro mundo no se ha caracterizado por la tendencia a la igualdad de las rentas, sino más bien por lo contrario. Y en ese tiempo hemos asistido a periodos de globalización y a periodos de antiglobalización.
'Se te ve el plumero', me critica el lector. 'Ya se ve que pretendes defender la globalización'.
No. Bueno, sí, porque me parece que la globalización es deseable. Esos autores también concluyen que, en un mundo totalmente integrado, seguiríamos teniendo las desigualdades de rentas que vemos ahora en grandes economías integradas, como Estados Unidos, la Unión Europea o China. Pero también añaden que las desigualdades serían mayores en un mundo totalmente segregado. Y sobre todo, que los países que se han quedado marginados en la globalización han salido peor parados.
Pero ya he dicho que no pretendo defender la globalización, sino, como en la historia del pez, redefinir el problema. Porque la pregunta que nos hemos de hacer no es si la globalización fomenta la desigualdad económica, sino, primero, cuáles son las formas de esa desigualdad (un joven recién llegado al mercado de trabajo tendrá habitualmente un salario menor que el de un colega con 10 años de experiencia), y segundo, cuáles son sus causas. Y seguramente entre ellas aparecerá la globalización.
Pero la encontraremos en los dos lados del debate, porque hay formas de globalización que fomentan la igualdad, y otras que la perjudican. Y porque muchas medidas que fomentan la igualdad dentro de un país provocan la desigualdad a nivel global. Recuerdo la contestación que me dio un día un francés con el que hablaba acerca de la creciente presencia de extranjeros en los países de la Europa rica: 'Lo que debemos hacer', me dijo, 'es cerrar nuestras fronteras a la inmigración, bloquear la competencia de los productos obtenidos en países de mano de obra barata y defender a nuestros parados'. Me pareció una receta ineficiente, poco imaginativa y, desde luego, poco solidaria -sobre todo porque el que la daba era un profesor de ética de la empresa-. Aunque, eso sí, muchos de nuestros conciudadanos parecen pensar del mismo modo.
Y esto me lleva, de nuevo, a la redefinición del problema. Porque el debate que se ha ido generando desde hace unos años va camino de convertirse en un diálogo de sordos. Unos dicen que la globalización fomenta el desarrollo económico y crea oportunidades para la mejora del nivel de vida de la población mundial que participa en ella, y otros afirman que las reglas del juego de esa economía globalizada dejan fuera a grandes segmentos de dicha población, que no pueden beneficiarse de la ampliación de los mercados. Y ya se ve que no están hablando de lo mismo.
Michel Albert, en su Capitalismo contra capitalismo, explica las distintas maneras de regular el seguro de automóviles, y me parece que puede ayudarnos a entender la naturaleza del debate. En el modelo digamos anglosajón, el seguro de automóviles tiene por objeto proteger al propietario de los daños que él u otros pueden causar a su coche o con su coche. Es un contrato individual: yo y mi coche con la compañía de seguros, pagando lo que sea necesario para que me proteja a mí. En el modelo europeo continental, ese seguro pretende proteger a los propietarios de coches de aquellos riesgos. Es un contrato, de algún modo, colectivo: la sociedad no quiere que los propietarios de coches sufran las consecuencias económicas de los posibles accidentes y reparte, de algún modo, el riesgo entre todos.
Los defensores de la globalización apostarán, seguramente, por el modelo anglosajón, que es el más eficiente. Los detractores, por el europeo, que es más solidario. Y aquí no cabe lo de que '¡el ganador es...!' (aunque el modelo europeo de seguro de automóviles está en retirada). Porque los globalizadores deben tener en cuenta que cuando una sociedad presta atención a la solidaridad no lo hace por mera ideología, sino porque considera que hay algo importante en juego, que, a la larga, puede comprometer a la eficiencia. Y los antiglobalizadores deben pensar también que la solidaridad exige la eficiencia, si lo que se pretende distribuir es algo más que la miseria de todos.
Antonio Argandoña es profesor en el Instituto de Estudios Superiores de la Empresa (IESE).
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