Un homenaje
Fue la segunda obra de teatro de Enrique Jardiel Poncela: fue inmediatamente admirada, y la frase que le da titulo se hizo popular. Venía de una novela ya muy leída, Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, que le fue prohibida, como otras muchas suyas, cuando ganó la guerra Franco, al que no por eso dejó de admirar nunca. En 1933, la II República llevaba ya dos años y había una conserva de libertad. El tiempo se recuerda, aparte de en alguna frase que no sé si el público de hoy reconocerá como alusiva a aquella época, porque Mingote ha puesto la banderita española de entonces, entre otras imaginarias como las que se ponían entonces encima de los bares americanos: tiempos cosmopolitas.
Usted tiene ojos de mujer fatal
De Enrique Jardiel Poncela (1933). Intérpretes: Belén Martín, Miguel Caiceo, Pilar Velázquez, Marisol Ayuso, Juan Messeguer, Carmen Roldán, José Albiach, Anne Marie Rosier, Raquel Moya, Isabel Agustí, Pepe Álvarez, Enrique Menéndez. Escenografía: Antonio Mingote. Vestuario: José Miguel Ligero. Dirección: Juan José Alonso Millán. Teatro Real Cinema.
También Mingote rinde homenaje a otros iconos del tiempo: el perro que ponía siempre el dibujante Xaudaró, una imitación de Picasso, un dibujo de Penagos... Son decorados bonitos y vivos, pero su colorido y su abigarramiento aplastan un poco la acción, y atraen demasiado la mirada del espectador.
La lógica de lo inverosímil
El nombre de Oshidori también se hizo popular: es el criado clásico de la comedia española, o de todo el mundo y todo tiempo -los clowns de Shakespeare, el Arlequín- convertido en una pieza fundamental de la escena. Es el portador de la lógica de lo inverosímil. Jardiel rompió el teatro, y la literatura de humor, con la introducción de lo imposible convertido en real.
Su obsesión por justificar los absurdos, los enigmas que pleanteaba en sus primeros, le llevaría a su desesperación en unos terceros actos difíciles y no siempre comprendidos. En esta obra no había llegado al descoyuntamiento que sería luego su gran triunfo: y que abrió camino a que sus grandes seguidores por este camino intentaran hacer un teatro del absurdo, un humor surrealista, que el triunfo de los suyos hizo pronto difícil.
Oshidori (Miguel Caiceo, buen actor cómico) porta la lógica en un disparate: un Don Juan moderno, con una/dos mujeres diarias, de usar y tirar; un escritor riquísimo, en el que supongo un ensueño del propio Jardiel, una sublimación de algunos de sus deseos íntimos. Como está predestinado en la literatura, este Don Juan se enamora de una mujer y abandona su vida libertina y sufre por el amor de una mujer; una melancolía cómica.
Y como está predestinado en el genero teatral, todo termina bien. Tiene al mismo tiempo los defectos característicos del autor: las reiteraciones, las repeticiones. La segunda escena es igual que la primera: se dan, de nuevo, los antecedentes. Las frases se repiten, los movimientos se rehacen: eran fruto de su sospecha permanente de que el público no podría entender lo que no se le repitiera. 'Una vez, porque hay que decirlo; otra, para que lo entienda el público; la tercera, para que lo entiendan los críticos'.
Los críticos nunca lo entendieron, salvo excepciones. Con el tiempo, el público tiene otro adiestramiento, se ha acostumbrado a la velocidad, a la señal que percibe rápidamente, a la metáfora viva, y un tipo de representación como ésta puede cansarle. Juan José Alonso Millán, autor de comedias que siguió el camino de Jardiel y alcanzó éxitos muy brillantes, es ahora director de esta obra, y no ha dejado de entender el teatro de aquella preceptiva y tener un respeto absoluto a Jardiel que, naturalmente, ha dejado en su extensión normal y en todas sus palabras.
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