Marcar el territorio
Del carisma a la arrogancia: la paulatina sustitución de los líderes de la transición por los nuevos dirigentes sin atributos precisos, formados en el normal funcionamiento de las instituciones democráticas, está afectando a los modos de la política. Gentes como Pujol o González imponían autoridad con su sola presencia, los efectos más o menos despóticos se daban por añadidura. Artur Mas, como le ocurrió a José María Aznar, necesita recordar que manda, probablemente porque él mismo tiene dudas de que sea cierto, por lo menos mientras la sombra del protector siga presente. Y en este ejercicio hay que ser muy sutil para no caer en la arrogancia.
La filosofía espontánea del gobernante tiene mucho que ver con la del pastor que guía y cuida su rebaño. El gobernante necesita roturar el territorio y sentirse en él como en casa, protegido de cualquier riesgo incontrolable. De modo que cuando llega necesita marcar las cuatro esquinas para definir el espacio propio.
Artur Mas, cuando crece el rumor de que Pujol va a transferirle mayores poderes todavía, está plenamente dedicado a marcar los límites sobre los que asentar sus reales. Las esquinas en las que Artur Mas ha dejado su huella para ahuyentar a los demás son la frontera nacionalista con Esquerra Republicana, la frontera generacional con Maragall y la frontera de lo comunicacional con la bronca contra Miquel Puig. La cuarta esquina debería ser, lógicamente, la que marca las fronteras con el PP, pero Artur Mas no está para complicaciones y de momento, conforme a las consignas del jefe, procura mirar a otra parte soportando estoicamente humillaciones y desplantes.
Las personalidades nacionalistas cambian, pero los tics permanecen. Artur Mas, como su mentor, se siente destinado a definir el marco de lo correcto en el nacionalismo catalán. Esquerra Republicana se está acercando 'demasiado' a los socialistas, ha dicho, como quien riñe al hijo que va por mal camino. ¿Quién le ha dado al señor Mas el monopolio del nacionalismo legítimo? La confusión de lo nacional con lo partidista y del interés de cierto nacionalismo ideológico con el interés de Cataluña es ya un clásico del nacionalismo convergente. Artur Mas no puede menos que seguir por la senda. Pero desde que Pujol se subió al púlpito para proclamar la buena nueva a los catalanes, han pasado muchas cosas. Entre otras -y ahí le duele-, que Esquerra Republicana ha abandonado el papel de reducto simbólico del independentismo como forma de encuadre del nacionalismo más radical para entrar directamente en la disputa del espacio ideológico nacionalista. Artur Mas se siente acosado. Y marca el territorio. Una simple insinuación de Carod de una hipotética participación en una futura mayoría con la izquierda ha puesto nervioso al conseller en cap.
Si reaccionara más despacio, Mas se daría cuenta de que no hay razón para la alarma. La de Carod era una declaración táctica que tenía un objetivo no tan difícil de imaginar: tener las manos libres para abstenerse en la moción de censura socialista. Esquerra seguirá corriendo los riesgos de la equidistancia porque durante un tiempo por lo menos aún será rentable. Sobre todo si Mas insiste en el despropósito de amenazarle con la exclusión de lo nacionalmente correcto. Ya no hay espacio para las patentes de legitimidad. Acusa a Carod de acercarse a los socialistas, cuando su partido estuvo mucho tiempo aliado con ellos; reprocha a unos y otros falta de pedigrí nacionalista, cuando su partido lleva dos legislaturas cogido de la mano del PP y el Gobierno de la Generalitat sobrevive gracias a que éste le perdona la vida. Nos conocemos demasiado todos para que alguien todavía pueda pensar que tiene autoridad suficiente para premiar a los buenos y castigar a los malos. Y menos quien de momento tiene una autoridad delegada, ni siquiera refrendada en las urnas como cabeza de cartel.
En la otra frontera, la coartada generacional. Sin duda, Cataluña lleva un retraso importante en la renovación del personal de la transición: empezando por Jordi Pujol, que, por si alguno lo había olvidado, todavía está ahí. Y efectivamente, la futura prueba electoral será para Maragall, por esta razón entre otras, mucho más exigente de lo que podría parecer. Tendrá que demostrar que su experiencia es un grado y que su larga permanencia en la escena pública no es un lastre. Pero hacer de la edad un argumento superados los 40 años, como es el caso de Artur Mas, tiene algo de peterpanismo.
Desgraciadamente, todos nos hacemos mayores y algún día nos damos cuenta de ello a la hora de afeitarnos o al renovar el carnet de identidad. Artur Mas también. Siempre había pensado que el principal defecto de mi generación era la creencia de ser los más modernos, los eternamente jóvenes. Veo que hay lacras que se transmiten.
En fin, la televisión pública: Miquel Puig ha empezado tímidamente a racionalizar las cosas. Algunos sectores de intereses se han sentido tocados. Y Artur Mas parece decidido a poner freno a las intenciones regeneradoras del director de la corporación. No permitirás que se te escape el control de los medios de comunicación públicos: éste es un mandamiento al que no se resiste ningún gobernante.
La frontera con el PP es la única que Mas no ha fijado todavía. No están los tiempos para estas cosas. El PP tiene la sartén por el mango y Mas carece de una alternativa parlamentaria creíble. Aguantar el chaparrón, ésta es la consigna. Mas ni siquiera se puede permitir algún escarceo en las cuestiones simbólicas. Afortunadamente para él, siempre hay un samaritano comprensivo en las situaciones más incómodas: el PSC dispuesto a ayudarle a suavizar la moción parlamentaria sobre los disparates que el Rey y la ministra de Cultura dijeron sobre la lengua catalana, como ocurrió hace pocos días. No hay como tener opositores responsables: pueden acabar salvándote la vida.
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