Un hedor a cristales rotos
El martes, el alcalde de Crevillent tocó a generala y le montó otro pollo a Luis Garrido, subdelegado del Gobierno en Alicante. El alcalde de Crevillent, en su convocatoria de la Junta Local de Seguridad, iba a por todas: vigilancia intensiva y permanente, por efectivos de la Guardia Civil, de su municipio, es decir, lo que en clave nazi se etiquetaba de espacio vital; petición permanente de la documentación a todos los inmigrantes, para pillar a los ilegales, que no son más que el 'caldo de cultivo' de posibles comisiones de delitos; observación -e intervención, si procede- de las casas y locales, donde se barrunten indicios racionales de comercio de drogas y carnes de prostíbulo, 'actividades que además de ser sancionadas por el Código Penal, sirven de locomotoras para la atracción de más inmigrantes'. Qué idea tan luminosa y ferroviaria. Mariano Rajoy debe tomar nota. Ahora ya se sabe el móvil más imperioso de estos flujos: los inmigrantes, y especialmente los moros, se meten en una patera, ateridos y horrorizados, cruzan el Estrecho, en medio de riesgos e inclemencias, y luego resulta que no vienen en busca del sustento y de una vida digna, sino que vienen a echar un polvo. Pero qué ojo el del alcalde de Crevillent. ¡Y que sus notables aportaciones sociológicas y venéreas no figuren en ese disparate de Ley de Extranjería!
Después de siete años al frente del Ayuntamiento, don César Augusto Asencio, ha advertido que en Crevillent, como en cualquier otro lugar, la inmigración, ya sea interior, ya exterior, origina una lógica ristra de problemas, trastornos y conflictos. Si en su momento se hubieran adecuado fórmulas de integración, la mayoría de ellos estarían resueltos, sin recurrir, a última hora, a medidas destempladas y virulentas, que tienen mucho de sello electoralista. El alcalde ha permitido que una situación de muy atrás se pudra, para implicar a una parte del vecindario, y justificar así o su incapacidad política, que es de vademécum municipal, o su presunto y mal disimulado racismo, adquirido, sin duda, en su presunta militancia en Fuerza Nueva o en sus presuntas vinculaciones a la CEDADE. Crevillent, por su talante hospitalario y su tolerancia, no puede mirarse en el empañado espejo de El Ejido, y aún mucho menos, ya por fortuna tan lejana, en aquella execrable noche hitleriana de los cristales rotos, donde se abrasó la comunidad judía. Hoy, la solución final pasa por el respeto a los derechos humanos, a los principios democráticos y a la Constitución, y se llama convivencia y diálogo. Se entiende que unos prefieran la gritería descamisada de La Internacional y otros el lirismo cósmico del Cara al sol; pero nunca, ni en Crevillent ni en ningún otro sitio, que alguien pretenda incubar solapadamente el huevo de la serpiente. Eso también está en el Código Penal.
La generala del alcalde, no convenció ni el subdelegado del Gobierno. Y con buen criterio, no acudieron, demasiado excepcionalmente invitados, los portavoces de los grupos municipales de EU y socialista: soslayaron la simplona artimaña de un consenso tardío y casi manu militari. Pero sí remitieron una propuesta alternativa, en la que se muestran partidarios de estrechar la colaboración de la Policía Local y la Subdelagación del Gobierno, para 'erradicar las actividades delictivas que se llevan a cabo en nuestra población'. Como dato de la propia Policía Local, en su reciente informe, de 118 diligencias, hasta el 31 de mayo, aparecen implicados 26 extranjeros. Y también a fomentar una política a través del Consejo Local de la Integración, diseñado por la oposición, aprobado por unanimidad, pero sospechosamente arrumbado por la mayoría popular. ¿Es el alcalde, como afirmó Ignasi Candela, de Esquerra Unida, y ante sus incongruentes pretensiones un hombre que 'en su locura llega al fascismo'? En todo caso, es una pieza estrambótica: un bonapartista, ensimismado en su variado surtido de bustos de Napoleón. Museable.
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