Por alegrías
La morna melancólica ha ido cediendo a la coladeira juguetona. Así al menos sucedió en este primer concierto de la gira de Cesaria Evora. Llegó al micrófono con su andar pausado y titubeante, sonriente ante la ovación con que la recibía el público, para cantar São Vicente di longe, que da título al hermoso nuevo disco. Un canto de nostalgia a su isla de volcanes y arena negra, tierra castigada por los vientos y la sequía. Luego, Sodade, su canción más popular, que también trata de la añoranza de unas islas con casi la mitad de su población diseminada por el planeta.
El reconocimiento internacional, poder grabar con artistas que admira, como Caetano Veloso, y contar con los medios necesarios en estudios de Río de Janeiro o La Habana parecen haber tenido sobre ella el efecto de un bálsamo rejuvenecedor. Basta comparar fotografías de hace cuatro o cinco años con las más recientes. El caso es que el repertorio no anda tan tristón como solía. Hasta repitió en el bis la verbenera Nutridinha. Y, como la gente estaba con cuerpo veraniego, agradeció el talante festivo.
Nunca se había presentado con tantos músicos. Hasta 14 estuvieron junto a la dama descalza. Lleva una refinada sección de cuerdas cubana, y unos novedosos y comedidos metales. Probablemente sea la orquesta más competente y equilibrada que haya traído hasta hoy. Eso sin desmerecer a aquellos cuatro magníficos instrumentistas caboverdianos de su primera visita hace ya siete años. Aunque mejor envuelta, la voz suena menos rotunda. Cantó dos veces en español. La primera fue en Tiempo y silencio, de Pedro Guerra y Luis Pastor, que ha grabado en el nuevo disco; la segunda, Bésame mucho, el bolerazo mexicano de Consuelo Velázquez, que le oyó a Nat King Cole y que viene de los tiempos en que ella cantaba para marineros de todas las nacionalidades en las tabernas de Mindelo, el puerto al que regresa siempre y en el que su caserón va camino de convertirse en centro turístico.
Cesaria Évora, que en agosto cumple los sesenta, es una cantante sin artificio. Actúa como lo haría en su casa: se frota las manos, cubre su boca con la mano para disimular una carcajada o mueve un brazo contrariada. Con esa mezcla de displicencia y ternura habituales en ella. Hace el gesto de que va a fumar, acercando y alejando de los labios sus dedos índice y medio. Coge la cajetilla de rubio, saca un cigarrillo y tras unas caladas empieza con Negue, un clásico brasileño que cantaba María Bethânia: "Y no olvides que un día fuiste mío...". Es esa voz criolla que acaricia en la noche y la coloca junto a Edith Piaf, Amalia Rodrigues o Billie Holiday, por mencionar a tres de las más grandes. Sólo voz y piano: una concesión dramática en un concierto sorprendentemente alegre.
Babelia
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