Víctor Puerto se ganó al público
Manuel Domínguez, Desperdicios, rozaba los 60 años cuando el 11 de junio de 1876 pasaportó al primer murube que salió al ruedo de la plaza nueva. Ya estaba Domínguez en el ocaso de su carrera y lo acompañaban El Gordito y Lagartijo, que comenzaba su reinado. A Desperdicios, en la misma ciudad que lo había visto triunfar después de perder el ojo, le habían advertido de la negativa a practicar burladeros en una barrera que sólo se podía saltar. No estaban las cosas para bromas.
José Ortega Cano, con 12 años menos, lidió al de Martín Lorca, probablemente también más joven y posiblemente más cómodo, escurrido y noble. Toreó a la verónica ganando terreno, meciendo el capote y quebrando la cintura. Quitó a la verónica y le respondió Víctor Puerto por tafalleras y chicuelinas y respondió José con unas chicuelinas bajando mucho las manos. Con la muleta en la derecha, todo fue seda y primor, ajustando las distancias y rematando las series con un cambio de manos por bajo terminado en trincherilla. Faltó acoplamiento con la izquierda, que tal vez no bajó todo lo que debía. Con la espada, la dolorosa.
Lorca / Ortega, Puerto, Juli
Toros de José Luis Martín Lorca, desiguales de estampa, blandos, nobles 1º y 5º, complicados 2º y 6º, inválidos 3º y 4º. Ortega Cano: cuatro pinchazos -aviso-, tres descabellos (palmas); cinco pinchazos y media perpendicular (silencio). Víctor Puerto: media corta, dos descabellos (ovación y saludos); estocada desprendida (oreja y dos vueltas). El Juli: pinchazo, estocada desprendida y trasera (aplausos); estoconazo fulminante (oreja). Plaza de La Malagueta. 3 de junio. Corrida conmemorativa del 125º aniversario de la plaza. Un tercio de entrada.
Si en el primero casi alcanza la gloria, el cuarto significó la escenificación del fracaso. Cierto es que el toro estaba dañado o que se dañó en la plaza, posiblemente durante el primer tercio, pero no es menos cierto que Ortega bajó a su particular infierno al dar el espectáculo a espadas, a la carrera, cuarteando de cualquier manera. Hay veces en que un bajonazo a tiempo es una victoria.
Víctor Puerto conectó con el respetable en el quinto, en una lección de puro populismo taurino: se gustó tomando al toro de largo en una serie de chicuelinas, al abrir la faena por ayudados a media altura y al torear por circulares por el pitón izquierdo llevando la muleta en la diestra. Funcionaron los derechazos a media altura y bajó en los naturales, que quedaron cortos. Al público le gustaron especialmente las manoletinas de rodillas, seguidas de un espadazo efectivo. En el segundo, hubo de luchar con un toro que llevaba los pitones por el cielo y que nunca se sometió al dictado del torero que, no obstante, siempre estuvo por encima. Lo mejor, un imprevisto pase cambiado por la espalda administrado con sabiduría y precisión.
Lo del tercero de El Juli, para olvidar. Lo estrellaron contra un burladero y ahí acabó lo serio y empezó la burla, ya que tomaba la muleta con nobleza pero sin capacidad de combate. Afortunadamente lo mató. En el sexto toreó bien por verónicas y consiguió espectaculares caleserinas; fácil y vistoso en banderillas, se afanó por tomar de largo la embestida rebrincada que se iba arriba. Empezó con cierta enjundia por el lado derecho, manteniéndose firme y apenas utilizó la zurda en un trasteo de más a menos, que se fue viniendo abajo y que culminó con un estoconazo espléndido. A pesar de los pesares, El Juli dio la impresión de emplearse a medio gas, quizás porque no está muy acostumbrado a actuar con tan pocos partidarios en los tendidos; el último comentario ha de ser, forzosamente, para la taquilla, que se vino abajo en un claro caso de ruina. Por supuesto que era domingo de Rocío y que el personal no está muy acostumbrado a tomar el camino de una plaza que habían dejado seca, pero en ningún momento se esperaba una entrada tan floja.
Babelia
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