Tomás, 25.000; Clinton, 160
Curiosa coincidencia la del pasado día 18 de mayo de 2001. Después de dos años de ausencia, volvía José Tomás a Las Ventas. Una figura del toreo sencilla, solvente y solidaria. Parece que su máxima es: Toreo y dejo torear. Puede, pero no quiere acaparar más. Necesaria lección y ejemplo de señorío y grandeza.
Nadie de los 25.000 testigos que tuvo el suceso puso en duda la coherencia entre la compostura y la personalidad del torero. Ni su fidelidad entre el pundonor y el valor de ese hombre, cuya transparencia y naturalidad no admite controversias. A ese artista pocos le pueden superar en algunos matices y... ninguno en lo entero.
¡Faltan colosos así en todos los lugares de este corrompido tiempo!
No sé la hora, pero en Madrid, el mismo día, se juntaron 160 oyentes para escuchar 45 minutos a Clinton, ex presidente del imperio. Dicen que cobró tanto como el actual rey de los toreros. Y todos muy serios.
-¿Quién y cómo se paga tanto por tan poco riesgo y consenso?
Lo lúdico, abierto y público estaba en Las Ventas. Lo espeso, cerrado y privado estaba en una fundación con el abogado financiero. Y dicen que comió y bebió con ilustres paisanos nuestros.
No entiendo nada. A Bill lo ha sustituido Bush, que parece menos cachondo, pero más inculto y altanero. ¡Qué miedo!
Yo me sigo quedando con el mérito de los toreros, porque algunos, como Tomás, son verdaderos. ¿Cómo son en realidad los pájaros gordos de la política, de la economía o de la...?
Total, tampoco es tan difícil decir lo que los demás quieren oír y adornar el discursillo o debate con un muletazo humanista, para que los sentimientos de uno y otros queden contentos.
Lo sospechoso del caso es que Bill fue emperador -¿o sólo jefe de ventas?- y dice unas cosas... pero hizo otras. Y así, ni hay, ni hubo, ni habrá armonía en el imperio.
Al torero lo pagaron a escote 25.000 personas por verlo. Los honorarios de Clinton es otro extraño misterio.
¿Donde está la naturalidad y la transparencia en las figuras universales de las artes, ciencias, oficios y medios?
¡Qué cobardía, qué desconcierto!
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