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Columna
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Clima de consenso

En un libro sobre la Constitución, escrito veinte años después de su aprobación, se contiene una inteligente sentencia de Miguel Roca. Asegura, con razón, que no sólo es un texto de consenso sino para el consenso. Eso quiere decir que el acuerdo fundamental sobre su contenido se debió prolongar en su aplicación a muchas cuestiones y así tiene que seguir sucediendo en el futuro. En los años ochenta y en los noventa el clima de acuerdo no existió salvo excepciones: lo impidió tanto la mayoría absoluta del PSOE como la aspereza de la oposición del PP. Ahora, en cambio, después de una campaña electoral como la vasca que se ha caracterizado por su crispación, parece que vuelve a emerger un ambiente consensual.

Si se examina en qué consiste y cómo va articulándose se comprobará que difiere en muchos puntos del que se dio en el momento constituyente. Hace un cuarto de siglo, el clima de consenso se contruyó a partir de un previo alejamiento global de posturas sin ni siquiera necesidad de enfrentamiento previo. Ahora parece emerger tras la gresca en cuestiones puntuales. En el pasado fue, sobre todo, obra del Gobierno que en ocasiones utilizaba al PCE como pinza, a AP como apoyo y a CiU como puente. Hoy el clima consensual ha nacido, a lo que parece, más de la oposición que del propio Gobierno. Así fue en el caso del pacto antiterrorista; en el caso de la Justicia el modo inicial en que fue planteada su reforma por el Gobierno no parecía el más propicio para la feliz conclusión final. El nuevo consenso no admite resultados 'apócrifos', como se dijo entonces, producto de la acumulación de frases vagas o contradictorias precisamente porque nace de un desacuerdo previo. El acuerdo, en fin, se limita a los dos grandes partidos. Eso es una grave limitación, sobre todo cuando se refiere a cuestiones tan complicadas como las relativas al terrorismo o a la pluralidad española, pero quizá parte de la culpa derive de la inanidad a que ha llegado un grupo como IU. Finalmente, algo característico del nuevo clima que parecemos vivir es que el consenso posee ese rasgo que los filósofos medievales atribuían al Bien, es decir, su difusividad o, lo que es lo mismo, su ampliación, tras haberse gestado en unas áreas, hacia otras.

El acuerdo antiterrorista sirvió en su momento para neutralizar las tensiones existentes entre el PP y el PSOE pero las multiplicó con los nacionalistas. Ahora tiene la oportunidad de crecer porque, en una inmensa paradoja, los resultados electorales lo hacen posible; el mero hecho de que Mayor lidere la oposición popular vasca constituye una inmensa ventaja. El pacto acerca de la Justicia es una excelente noticia tanto más cuanto que la complicada fórmula a la que se ha llegado para el Consejo del Poder Judicial resulta el punto geométrico central entre las pretensiones de las dos partes; al menos una fórmula como ésta debe ser ensayada a fondo.

El nuevo consenso debería extenderse a otros campos, y a poca suerte que tengamos, así sucederá al menos en dos de ellos. En las leyes educativas se ha partido de una polémica iniciativa gubernamental, pero algo parecido sucedió en el caso Acebes. La financiación autonómica siempre ha ido por ese camino, aunque también por el de la provisionalidad. Sería un sueño llegar a un acuerdo en los medios de comunicación públicos o en la articulación de la España plural, pero eso parece irrealizable a corto plazo.

Como en el periodo constituyente hay también hoy enemigos del consenso. Entonces pertenecían a la derecha clásica; ahora se cubren con el ropaje de un severo moralismo. Pero no hay ninguna prueba de que el pacto por la Justicia tenga que ver con excarcelaciones, ya previsibles, ni que determine el juicio sobre los fondos reservados. La denuncia del consenso se convierte, así, en el arma de esos crispadores irredimibles para quienes la regeneración es lo mismo que la vuelta de la tortilla. Ortega escribió que hay en España supuestas gentes de orden para las que esta palabra quiere decir que 'esté en sus manos el Gobierno y se les deje usar de él como una maza para contundir las testas de sus adversarios'. 'Tartufos' llamaba a este género de personajes, y, décadas después, no parecen merecer mejor descripción.

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