La confirmación de Aparicio y Litri cumple cincuenta años
Se han colocado sendos azulejos conmemorativos en los pasillos de Las Ventas
Uno es madrileño; de ese Madrid menestral y fetén de allá por la Fuente del Berro. El otro es valenciano; de la Gandía azul mediterráneo, pero sus adeptos le tienen por onubense.
A estas alturas de la película, todos sabemos ya que el de Madrid se llama Julio Aparicio y el de Gandía, Miguel Báez Litri. Los dos son toreros y este año se ha cumplido el cincuentenario de la confirmación de alternativa de ambos en la plaza de Las Ventas.
Para celebrar la efeméride el Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid y la Unión de Abonados Taurinos de Madrid han colocado sendos azulejos conmemorativos en un lugar de los pasillos de la plaza. Y los aficionados que los vieron torear y triunfar en tantas y tantas tardes han buceado en los canales de la memoria para revivir la conmoción de sus faenas.
Litri fue el primero en confirmar el doctorado. La ceremonia tuvo lugar el 17 de mayo de 1951 y el tenido por onubense se enfrentó a Desagradecido, un toro de la ganadería de Fermín Bohórquez. La reválida le llegó de manos de Pepe Luis Vázquez y allí estaba para atestiguarlo Antonio Bienvenida.
Julio Aparicio realizó la misma ceremonia dos días después: el 19 de mayo estoqueó a Cachifo, un morlaco de la divisa de Antonio Urquijo. Este toro se lo cedió Manolo González, y de tercer espada y atisbador del protocolo se encontraba Miguel Báez.
Durante los años anteriores habían alcanzado, como pareja inseparable e imprescindible, la cumbre de la novillería. Los dos recorrieron los ruedos del orbe taurino en interminable bocanada de éxitos y fueron insustituibles en todas las ferias, que se organizaban con los dos toreros como núcleo y fundamento de los carteles.
El secreto de este tirón estaba, sencillamente, en que se trataba de dos toreros totalmente distintos. Aparicio era un lidiador muy completo, que superaba con facilidad las dificultades que le presentaban los toros. Con frecuencia le salían arrebatos de coraje -sus famosas rabietas- y conseguía con ellos levantar faenas cuando ya se le iban en declive. Manejaba con sobriedad el capote, tenía buen gusto con la muleta y era hábil con el estoque.
Litri era poseedor de una personalidad muy marcada, que fue la base de su éxito. Todo lo que realizaba aparecía rodeado de intensa emoción, que oscurecía lo corto de su repertorio y las torpezas de su forma de realizar el toreo. Litri no manejaba bien el capote y sus pases de muleta eran cortos y ayunos de arte. Pero cuando citaba desde lejos, con el engaño oculto tras la espalda, y aguantaba sin moverse en absoluto la acometida del toro, un escalofrío de emoción recorría el espinazo de los espectadores.
Los puristas eran partidarios de Aparicio. A los que lo de 'parar templar y mandar' les traía al fresco, lo eran de Litri. Si fuera lícito hablar de dos Españas en tauromaquia, serían éstas.
Babelia
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