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Columna
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Aeorpuerto, aeropuerto

En el siglo XVII, un muy enamorado emperador mongol de la India mandó levantar el Taj Majal: una tumba singular y un monumento artístico sin par de la cultura indomusulmana. Sah Yahan, que así se llamaba el emperador, tuvo catorce hijos con una bella emperatriz que falleció al dar a luz el decimocuarto de sus vástagos. Para ella construyó su esposo el monumento funerario que es una joya de la arquitectura decorativa. Así rezan los reclamos turísticos de la oficina de turismo hindú; reclamos que explican la razón y motivo de la construcción del Taj Majal, aunque no señalan quién financió la obra. Razones del corazón, poéticas, de un monarca que nos permiten comprender su decisión imperial.

Otras decisiones de aquí son menos comprensibles. Están también relacionadas con el cemento no decorativo y las toman ciertos monarcas, prosaicos, de una modernidad turística bastante destartalada. Sin ir más lejos, la decisión o apuesta personal de Carlos Fabra de construir un aeropuerto en Vilanova d'Alcolea pertenece a ese género de decisiones tan distintas de las de Sah Yahan. De momento, la Generalitat Valenciana ha acordado financiar con 1.800 millones el proyecto del provincial presidente de la Diputación de Castellón, para iniciar las expropiaciones del suelo en que un día se levantará el sueño de Carlos Fabra. Poco importa que el Ministerio de Fomento o la Consejería de Obras Públicas valenciana hayan dado a entender que la construcción de ese aeropuerto no es una cuestión prioritaria, lo cual nos viene a explicitar que existen otras prioridades en el ámbito de nuestras infraestructuras. Muchísimo menos importa la opinión de Esquerra Unida del País Valencià que, cargada de razones, argumenta que el aeropuerto de Manises está demasiado cerca, si se quieren visitar las comarcas castellonenses sureñas, y el aeropuerto de Reus no demasiado lejos, si lo que se pretende es alcanzar las comarcas castellonenses norteñas. Cuanto importa es la decisión o apuesta soberana de Carlos Fabra, el adalid norteño del Partido Popular de la Comunidad Valenciana, secundado por algún empresario relevante, como Jesús Ger, con fuertes intereses en la deteriorada Oropesa. Así que miles de millones para financiar un desarrollo insostenible de Carlos Fabra en la decimonónica provincia de Castellón. Miles de millones con los que se podría rescatar la concesión de la autopista, eliminar el peaje y facilitar los accesos a los aeropuertos ya existentes. Pero no, hay que cubrir de cemento nuestros ecológico matorral, aunque la inversión no concuerde con los intereses generales de los contribuyentes. Y punto, porque es decisión soberana como la que movió a Yah Sahan a construir la tumba más bella del mundo para su no menos bella esposa.

Claro que al emperador indostánico lo movió el delicado sentimiento amoroso hacia su prolífica esposa. Y al adalid del PP castellonense lo mueve un sentimiento provinciano, cargado de fiebre inversora. Y el sentimiento provinciano no es más que localismo con complejo de inferioridad: en Valencia tienen aeropuerto, en Alicante tienen aeropuerto, en Upsala y en Nueva York tienen aeropuerto, y aquí no vamos a ser menos. Que tengamos un precioso matorral y carezcamos de contaminación acústica son cuestiones que no vienen al caso. Pero Sah Yahan pasó a la posteridad, y el provincianismo nunca hizo historia con mayúscula. Su historia con minúscula está llena de desatinos.

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