Un fiscal rodeado de versos
Los tópicos, que suelen ser vehículos de certidumbres, han convertido a los fiscales en tipos cariacontecidos, de vestimenta emplomada, con la cabeza llena de leyes y una sensibilidad comprable a la de la piedra pómez. ¿Puede emocionarse la piedra pómez? Pues un fiscal tampoco. Lo más profundo de un fiscal es la piel de su cartera de cuero. Lo que hay por debajo es acero o los tomos del Aranzadi.
¿Qué se puede decir de un fiscal que recita a Pablo García Baena, admira los ángeles de nuestro Rafael Pérez Estrada y se emociona con un cuarteto de Walton o las melodías hipnóticas de Arvö Pärt? Que es un tipo raro. ¿Raro? ¿No serán los raros los fiscales inertes?
Muchos meses ha estado desocupado el puesto de fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, desde que unos pistoleros destrozaran el cráneo al malogrado Luis Portero. Algunos tenían la impresión de que no había candidatos con redaños suficientes para ocupar una plaza cargada de responsabilidad y no suficientemente remunerada. Cuando los hubo, agrupados en terna, muchos apostaron por la continuidad, pero hete aquí que el Consejo Fiscal, con diez votos de los doce posibles, se inclinó por Jesús García Calderón, un pacense de 42 años, casado, padre de dos hijos, conversador, poeta él mismo, aunque medio oculto, y fiscal implacable, especialmente en Lugo, a cuya fiscalía de la Audiencia Provincial llegó en 1995 procedente de Sevilla, donde había permanecido nueve años.
Aunque su infancia transcurrió en Extremadura, el futuro fiscal, el menor de una familia de ocho hermanos, pasó largas estancias en Cádiz y Lebrija, de donde era natural la madre. Con 16 años se trasladó a Sevilla e inició los estudios que lo iban a conducir, nueve años después, a su primer destino en la fiscalía de Huelva. ¿Qué le convierte a uno en fiscal? En buena parte, la tradición familiar, que la había entre los ascendentes de García Calderón. ¿Y escritor? Posiblemente también la tradición. Su padre, periodista, presidió durante años la Asociación de la Prensa de Badajoz y fue redactor del diario Hoy.
Esta doble vocación, que García Calderón lucha por mantener separada o, mejor, para que no se entremezcle, le ha formado un perfil más bien insólito que, unido a su tendencia a la comunicación y a la participación social, le confiere un talante liberal y abierto.
Pero una cosa es la persona y otra el fiscal cuando trabaja. En 1995, después de participar en Sevilla en una enmarañada investigación sobre una mafia policial, García Calderón fue nombrado fiscal jefe de la Audiencia de Lugo. Nuestro hombre aterrizó en una provincia sometida a un poder caciquil de alcaldes eternos del Partido Popular y, en vez de rechazar las constantes denuncias que llegaban a la Audiencia sobre presuntos casos de corrupciones o corruptelas, incluida una famosa del alcalde de O Vicedo que pagó con fondos municipales la caseta de su perro, determinó investigar y entonces sobrevino el escándalo, las injurias y la temible reacción de quienes habían vivido hasta entonces convencidos de su impunidad.
La investigación afectó al alcalde de O Vicedo, a otro que lo fue de Foz, al de Carballedo (que también era senador) y al de Pobra de Brollón. Francisco Cacharro, presidente de la Diputación de Lugo, arremetió contra él en nombre de todos.
Pero quien formuló las acusaciones más graves fue Isaac Prado, el regidor del perro de O Vicedo que, en unas conversaciones grabadas por la Policía, confesó: 'Pensé en el homicidio...; si no lo hago yo, pago y lo mando hacer'. Prado tuvo que dejar la alcaldía tras ser sentenciado a dos años de cárcel el pasado mes de enero por amenazas de muerte al fiscal.
Entre tanto, en Galicia, García Calderón ha dado rienda suelta a sus otras inquietudes y todavía hoy, cada domingo, presenta en la Cadena Ser, en Lugo, Libros, músicas y otras hierbas, un programa con comentarios y críticas literarias y discográficas. El fiscal sabe que la nueva responsabilidad en el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) le va a apartar de éstas y otras andanzas semejantes y que se tendrá que resignar a llevar guardaspaldas y a reducir el ocio. Por contrapartida, es consciente de que en Granada encontrará la vencidad de Antonio Carvajal, un poeta al que lee pero no conoce, y la inteligente programación de una orquesta que se fija con preferencia, como él, en la música contemporánea. E incluso una editorial, Comares, y su colección literaria, Veleta, que él ha ido atesorando en su biblioteca desde el primer número, que contenía la obra completa de un poeta lucense, Luis Pimentel, a aquien luego conoció como una premonición de versos y destinos.
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