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Columna
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Los nervios

F.M. empezó a ponerse nervioso la noche anterior. Un vecino había aparcado su camión frente a la ventana de la habitación donde en ese momento dormía su hija, y él le pidió que lo retirara de allí. El vecino se negó, y como suele suceder en estos casos, el contraste de opiniones sobre un aparcamiento originó una fuerte discusión entre ambos. Durante el intercambio de impresiones el camionero debió de golpear la ventana por la que F.M. había sacado la cabeza para pedirle que retirara su vehículo. El golpe irritó a F.M., que cogió un cuchillo para que el vecino comprendiera más fácilmente las razones por las que exigía la retirada inmediata de aquel camión. La providencial intervención de Isabel, la compañera sentimental de F.M., evitó que éste le asestara al camionero una serie de argumentos incontestables. Aquella noche F.M. no pudo dormir.

'Por la mañana decidimos ir a denunciar al vecino a la comisaría. No sabíamos dónde dejar a mi hija', ha declarado F.M. según el periodista que ha cubierto esta estrambótica noticia en La voz de Almería (24-5-2001). Fíjense qué estrés: F.M. quiere ir a denunciar al vecino camionero, pero no sabe dónde dejar a la hija. F.M., que se ha ido poniendo nervioso por momentos, nota que esta circunstancia le sobrepasa. 'Se me fue la olla', declaró el pasado miércoles en la vista oral del juicio que se sigue contra él en la Audiencia Provincial de Almería. Allí es donde ha contado esta extravagante historia para justificar su intento de asesinar no al vecino, como hubiera sido lógico en este delirante episodio, sino a su propia mujer.

F.M. e Isabel llegan a casa después, supongo, de interponer la denuncia, y acto seguido F.M. se quita el cinto y la amarra por el cuello. Isabel forcejea con él y al principio logra zafarse de su marido. Éste, herido tal vez en su amor propio, lo vuelve a intentar. En esta ocasión Isabel no se le escapa. F.M. la echa bocabajo sobre la cama, y le ajusta bien el cinturón a la garganta. La estoy viendo con el cuello oprimido por el cuero, con la lengua fuera, desvaneciéndose, amoratada, con su marido a la grupa ajustándole bien la correa por culpa del vecino que aparcó el camión frente a la ventana de la niña, por culpa del vecino que no quiso retirarlo, por culpa del vecino que golpeó la ventana, por culpa del vecino que lo dejó insomne, por culpa del vecino que lo ha obligado a presentarse en una comisaría sin tener dónde dejar a su hija. Quizás sea cierto, como dice Isabel, que si F.M. hubiera querido matarla, lo habría hecho. Naturalmente, como suele suceder en estos casos, F.M. estaba tan nervioso que no recuerda nada, salvo una luz muy intensa, dice, que le abrió los ojos. Isabel yacía a sus pies semiinconsciente con un cinturón colgado al cuello. Qué raro, debió de pensar F.M., que corrió a aflojar la correa y llamó inmediatamente a la policía.

Isabel está doblemente agradecida a su marido, porque no quiso matarla y porque al mismo tiempo la salvó. Gracias a él, ella ha podido contarlo en el juicio, que ya está visto para sentencia, y declarar ante el juez que lo sucedido no tiene la menor importancia, que todo ha sido cosa de los nervios.

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