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Reportaje:

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El Ayuntamiento de Vic aún no ha cobrado los 68 millones que adelantó para ayudas urgentes

Sara Bosch, una psicóloga experta en tratar víctimas de atentados, diferencia dos formas de afrontar el trauma. 'Muchos de ellos interiorizan lo ocurrido y, sin adaptarse totalmente a la nueva vida, acaban por actuar normalmente. Otro grupo, en cambio, convierte los trastornos de los primeros días en auténticas enfermedades crónicas'. Estos trastornos van desde la simple angustia hasta los trastornos de la personalidad, descontrol de los impulsos y dependencias de medicamentos. Lo que más angustia a estas víctimas son, sin embargo, las imágenes que se les aparecen de vez en cuando. 'Les pasa lo que a Rambo con la guerra del Vietnam, recuerdan en imágenes lo ocurrido en el momento del atentado, quedan como paralizados', asegura.

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En el caso de Vic la mayor parte de las víctimas optaron por irse. Algunos agentes que vivían en el cuartel no han podido trabajar nunca más. Otros pidieron el traslado y están repartidos por Granada, Málaga, Murcia y otras localidades. No querían vivir en Vic, una ciudad de 30.000 habitantes donde es difícil llevar una vida anónima.

El delegado de la Asociación de Víctimas del Terrorismo en Cataluña, Robert Manrique, considera que el papel de las administraciones no ha sido correcto. 'Diez años después todavía no se ha efectuado ningún reconocimiento a las víctimas del atentado, ni un monumento, ni una placa. Nada'. El Ayuntamiento de la ciudad, que en su momento abrió una cuenta corriente para recoger donativos para los afectados, siempre ha evitado pronunciarse sobre la polémica placa. No quiere que una calle o una plaza se convierta en un recuerdo de lo que la mayor parte de habitantes quiere olvidar. Pero las víctimas no sólo critican al Ayuntamiento. 'Consideran que pararon un golpe que iba dirigido al Gobierno, que precisamente es el que ahora no reconoce su situación. Ello les enfrenta con las instituciones', explica Sara Bosch.

El retraso de las indemnizaciones económicas también ha enfrentado a las víctimas con la Administración. El dinero tardó nueve años en llegar y, según Manrique, tuvieron criterios muy restrictivos. 'Una niña a quien le amputaron el pie sólo ha recibido el dinero correspondiente a una invalidez parcial, puesto que le implantaron una prótesis'. Las familias de los fallecidos han cobrado un mínimo de 23 millones de pesetas cada una, mientras que los que han quedado con un nivel de invalidez importante han cobrado unos 18 millones. La sentencia judicial del atentado, de 1993, establece la obligatoriedad de indemnizar a 36 personas con lesiones y secuelas. Cuatro de ellas todavía no han solicitado el dinero. Pero si el Gobierno ha acabado indemnizando a las víctimas, no sucede lo mismo con el Ayuntamiento, que aún reclama los 68 millones de pesetas que adelantó para ayudas de urgencia.

Quienes también se sienten defraudados son los habitantes del edificio vecino del cuartel. En 1991 los seguros convencionales no cubrían los daños por terrorismo, por lo que tuvieron que apañárselas para reparar sus viviendas. Dispusieron del dinero recaudado a través de una colecta popular y el Ayuntamiento les sufragó el alquiler de un piso durante más de un año. A pesar de ello, muchos tuvieron que pedir créditos que todavía están pagando. Es el caso de Pilar, una vecina cuyo piso da directamente al solar ahora vacío del cuartel de la Guardia Civil. 'Nos hemos sentido desamparados, vino Narcís Serra y nos dijo que nos ayudaría, pero nadie hizo nada'.

Esta vecina, cuyo hijo de cinco años resultó herido en el atentado, confiesa tener escalofríos cuando piensa en lo ocurrido. Igual les ocurre a las muchas personas que estaban en la zona cuando estalló el coche bomba. Joaquim Benavente, que trabaja como conductor de ambulancias, recuerda que el coche le estalló a menos de 100 metros. Fue uno de los primeros en llegar al cuartel y todavía hoy recuerda el infierno de aquella tarde como el episodio más sangriento que le ha tocado vivir en su carrera profesional. 'Todavía hoy pego un salto cuando oigo un petardo. ¡Y han pasado 10 años!'.

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