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Reportaje:SAN FRANCISCO (RONDA) | PLAZA MENOR

De bandoleros y maestrantes

Muchos son los motivos para dar un paseo por Ronda, la antigua Arunda o Laurus. En la ciudad, hay huellas del Imperio dominador del mundo clásico, obras e historias visigóticas, árabes y, por supuesto, cristianas renacentistas dejadas durante los últimos siglos que separan el XV, en cuyo final fue conquistada por los Reyes Católicos hasta éste XXI. Algo quedará de la presente época, pero va a ser cosa de los arqueólogos del futuro comentarlo.

Tierra de bandoleros, moriscos levantados en armas contra los cristianos. Celta, nazarita, maestrante; es un abigarrado complejo que se puede explicar si, sosegadamente, uno se decide a visitar un lugar extramuros de la villa que es la plaza de San Francisco.

Los nobles que llegaron con Isabel y Fernando utilizaron esta plaza para entrenar sus armas antes de ir a la guerra

Aunque parezca mentira, el camino se puede hacer en línea recta aunque, eso si, subiendo y bajando cuestas, en las que predomina el descenso iniciado desde la Merced. Allí está el Convento de las Carmelitas Descalzas en el que se pueden hacer varias cosas: rezar, ver la reliquia (una mano) de Santa Teresa y comprar dulces hechos por las monjas con las mismas seculares recetas de antaño.

Desayunados de alma y cuerpo, se bordea la Alameda del Tajo y por la calle Virgen de la Paz, en breve encontrarán la Plaza de Toros, que aunque alejada de la que se busca, guarda una estrecha relación con esta porque en las dos tiene que ver, y mucho, la Real Maestranza de Caballería de Ronda.

El coso no es muy antiguo, nace del proyecto de José Martín Aldehuela, también ingeniero del Puente Nuevo, en 1769. Tiene una portada neoclásica y está hecha en piedra. Tallada sobre el dintel, el escudo de los caballeros. Toda va en cantería salvo los pocos maderos cogidos de los pinsapares rondeños.

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Los aficionados al arte de Cúchares se verán complacidos visitando su pequeño pero muy bien surtido museo y ver el ruedo, éste perfectamente circular, considerado el mayor del mundo, donde torearon los Romero y los Ordóñez.

Bajando llega el visitante hasta la Plaza de España, vestíbulo de la construcción que identifica a Ronda: el Puente Nuevo sobre el tajo que hace el río Guadalevín, no apto para quien padezca de vértigo, levantado sobre un barranco de casi 100 metros de altura. Hay otros dos: el Árabe y el Viejo. El que se pisa fue concebido como acueducto y por su proporción y volumen llegó a ser cárcel y lugar imprescindible de paso si es que se quiere presumir de haber estado en la población.

Inmediatamente después de haberlo cruzado se encuentra la Casa del Rey Moro, un palacio de 1700 desde donde puede bajar casi como por un pasadizo secreto hasta el Tajo de Ronda. Ahí, quien tenga piernas tiene la oportunidad de patearse abajo y arriba los mismos escalones que días tiene el año (365) hasta el río.

Desde allí, siguiendo la calle Armiñán hasta el Minarete de San Sebastián, resto de una mezquita desde donde se llamaba a los fieles a los rezos diarios. Dejando a un lado el Callejón de los Tramposos, queda lo que fue Mezquita Mayor de la ciudad antes de la llegada de los conquistadores, que, no muy originales, la rebautizaron con el nombre de Santa María La Mayor.

Data del siglo XIII y está muy cerca del Museo del Bandolero y, más adelante, tras pasar el Ayuntamiento en la Plaza de la Duquesa de Parcent se llega a la del Espíritu Santo. Aquí se admira la Iglesia medieval del mismo nombre, que más parece una fortaleza que una edificación religiosa. Hasta la torre campanario es imponente y empequeñece a las dos puertas de la ciudad bajo su sombra: la del Almocabar y la de Carlos V.

La primera ya estaba aquí en el siglo XIII, por ella se accedía a la ciudad y Alcazaba desde la parte llana como apertura de las murallas que la protegían puesto que al resto no le hace falta por estar guardada naturalmente gracias a el Tajo.

La segunda, renacentista del siglo XVI, no se encontraba aquí; fue trasladada para verse las dos juntas y, la verdad sea dicha, no quedan mal cuando el turista las contempla desde la Plaza o Alameda de San Francisco. Desde El Cafelito, se abarca con la mirada todo el lugar: las torres, puertas, iglesia y explanada trapezoidal bien ensolada, plantada de álamos, plátanos, chopas y almeces.

Fue la plaza centro de lo que los rondeños llaman El Barrio. Aquí se gestó la tan mencionada Maestranza de Caballería porque los nobles que llegaron con Isabel y Fernando necesitaban un lugar donde entrenarse para estar en forma cuando fueran a la guerra. Celebraban torneos, juegos de cañas y cuadrillas, ejercicios ecuestres de todo tipo durante muchos años. Se corrieron toros y, otro punto de contacto con la plaza taurina, nació, como reza en un pequeño monumento, el creador del toreo a pie Don Pedro Romero y Martínez: 'nació en esta plaza el 19 de Septiembre de 1754. Fue el creador del toreo moderno, matando más de 5.600 toros sin sufrir herida alguna. Murió en Ronda el 13 de Febrero de 1839'.

Es fácil pegar la hebra con algún vecino. Nadie mejor que Francisco Ramos. A sus 73 años, cuenta que las monjas del Convento de San Francisco hacen un mazapán excepcional y evoca los tiempos antiguos cuando por la fiesta de la Hermandad del Santo Entierro, el día de Todos los Santos, se hacía una feria de ganado.

'Venían piaras hasta de Jerez -dice Ramos-. Las calles San Acacio, Benarraba y Gallarda estaban llenas de bestias. Ahora se sigue celebrando la fiesta y en medio de la explanada, donde yo trabajé poniendo el suelo, se hace un tostón de castañas los primeros días de noviembre. Quedan el aguardiente y los buñuelos, pero de los animales, casi ninguno', comenta pesaroso delante de un vino en el Bar Benito, que la Bodega San Francisco completan el triángulo hostelero del lugar.

Luego, mirando con cara de lástima a una pareja de extranjeros que come naranjas y yogures a pie de lujoso coche, ofrece su casa. Alubias en potaje rondeño es el premio a la curiosidad.

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