_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Elecciones

Rosa Montero

He dejado pasar una semana desde las elecciones vascas por ver si con el tiempo se me iluminaban las entendederas y era capaz de decir algo atinado sobre el asunto, pero los días transcurren y mis neuronas no terminan de dar el do de pecho. Oigo hablar a los del PNV de la 'soberana respuesta de los vascos' al pacto antiterrorista y me echo a temblar. Detesto las frases hechas y lo del 'pueblo soberano' es pura retórica. Convendría recordar, por otra parte, que los pueblos pueden equivocarse. Los alemanes eligieron en las urnas a Hitler, por ejemplo; y los argelinos, a los espeluznantes integristas. Y hace sólo unos días, en fin, los italianos cometieron una pifia menos grave, pero también notoria, prefiriendo al impresentable de Berlusconi y dejando fuera de juego a políticos tan interesantes como Emma Bonino.

De modo que ningún dogma nos asegura la infalibilidad del electorado. La grandeza de la democracia no reside en que los votantes no puedan equivocarse, sino en ese compromiso de buena voluntad que todos aceptamos, en el hecho de que ciudadanos libres elijan libremente respetar unas reglas de juego por las cuales no manda el más fuerte, el más bestia o el más armado, sino aquel que reúna más papelitos. Lo admirable de la democracia es que, aunque los votantes desatinen, el juego en sí es sagrado. Lo sacraliza algo tan ligero y tan firme como nuestra voluntad, nuestra palabra, la decisión de ser civilizados.

Es evidente que, si la mayoría de los vascos desea la independencia, tienen todo el derecho a conseguirla. Pero esta obviedad se complementa con otra, a saber: que para que ese independentismo sea legítimo ha de ser democrático. Tal vez las pasadas elecciones hayan sido el resultado de un equívoco; lo que mucha gente votó fue nacionalismo sí o no, pero para mí lo que en realidad se dirimía era algo mucho más fundamental: las reglas del juego, la democracia misma. No puedo evitar pensar que un país que permite que un tercio de su población viva en el terror es un país mayoritariamente indigno. Aunque, quién sabe, tal vez de ahora en adelante Ibarretxe y Arzalluz sean capaces de defender a sus conciudadanos... Haré un esfuerzo e intentaré creérmelo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_