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Tribuna:FERIA DE SAN ISIDRO
Tribuna
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¡A los toros!

Por la calle de Alcalá... ríos de gentes avanzan, paso largo o paso corto, calle abajo, camino de Las Ventas del Espíritu Santo. Hoy hay toros; ayer también; y mañana; pasado, tendremos más. Así durante un mes prácticamente completo. Las salidas del metro vomitan más espectadores constantemente, recién llegados del fondo de la tierra, provenientes de los cuatro puntos cardinales de este Madrid en fiestas, ¡qué digo!, de todos los puntos de España y también del mundo. Es San Isidro.

Entremezclados bajan señores trajeados y con corbata, señoras encopetadas -distinguidas con sombrero, algunas- con multitud de colores, y otros cuya vestimenta es distinguirse uniformadamente por el color de las blusas. Son las peñas, con sus cánticos y merendolas a cuestas; junto a ellos los encargados de las charangas que amenizarán la tarde con sus pasodobles toreros. La afinación instrumental será pura coincidencia, pero el ruido hará latir más deprisa el impulso de los corazones en juerga. Es la fiesta del patrón.

Nada hay mejor que levantar el ánimo cuando los toros se caen

Los verdes vienen de la sierra pobre, la del norte de Madrid. Son los que más botas llevan, llenas de vino embocado, ideal para la ocasión. Los de rojo son los que más bulla arman; además de la mayor cantidad de instrumentos, portan ingente cantidad de viandas, que a la hora del arrastre del tercer toro serán engullidas regadas con los vinos del lugar. Nunca faltan los blusas azules -purísima les gusta decir a ellos- que a su constante bailar en la plaza unen unas voces que ya quisieran muchas corales; suelen ser la alegría de las tardes malas. Los de azul añil y pañuelo rojo al cuello son los más antiguos y numerosos. Son los amos de la plaza y casi ninguna decisión se toma en ella sin que sus sudorosos cuerpos lo aprueben. Son la Peña del 'Al buen beber, caso hay que hacer'. Estos últimos, y los otros también, tienen a gala decir que a los toros va uno siempre a divertirse, pase lo que pase.

Existen después otros grupos, peñas y fanfarrias que le dan a las tardes de toros todo el color que esta fiesta necesita. Nada hay mejor que levantar el ánimo cuando los toros se caen; nada hay mejor, ni más provechoso, para divertirse que corear cada uno de los pases que en la tarde se den; nada hay mejor que mojar las penas, por dentro, para aliviar los malos momentos que abajo pasan los toreros; nada mejor que un flamear de pañuelos, blancos o de color, para rematar las tardes exitosas, alegría de los toreros y de los espectadores concentrados en su plaza para disfrutar. Qué pocas tardes malas si se acude con el ánimo presto a la alegría y a la diversión. ¡Son los toros!

Calle de Alcalá abajo van las gentes ilusionadas una tarde más. Pocas tardes se escaparán al divertimento. Es nuestra fiesta. Una fiesta creada a imagen y semejanza de un pueblo, hecho para la alegría y la diversión.

Tras el desarrollo de esta fábula, que en muchos Sanisidros a la vera de la calle de Alcalá jamás vi, me queda por preguntar: ¿no será ésa la fiesta que los empresarios y taurinos querrían para Madrid?

Lenta y pausadamente, como siempre, bajan un año más, un siglo más, los aficionados de Madrid hacia su plaza. Me fijo en sus rostros, en sus gestos, incluso en su conversación. Nada ha cambiado en Madrid, el siglo no ha cambiado a su afición: expectante pero seria; cabal y rigurosa; van formando nudos humanos en las puertas de la plaza, camino de sus localidades. Una tarde más va a iniciarse el paseíllo. La afición, como siempre sucedió en el siglo XX, alerta y atenta. Hay mucho que vigilar, contemplar y, llegado el caso, aplaudir. El corazón del aficionado tomará buena nota, para siempre, de cuanto ocurra, bueno o malo. Madrid seguirá siendo Madrid. Ésa fue siempre la fiesta. Ésa debe seguir siendo nuestra fiesta.

Antolín Castro Cortés es aficionado.

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