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DON DE GENTES | DON DE GENTES | EN CANDELERO
Columna
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Cita a ciegas

Lo malo de cenar con el Rey es que siempre se te apuntan mil más, con la excusa que sea, en este caso los premios Ortega y Gasset

Elvira Lindo

ME DIERON el otro día un pequeño toque en el periódico. Alguien muy gordo (más gordo todavía) me dijo que si me habían dado este espacio, por el que algunos pagarían, era para que sacara a gente de verdad importante, y no para que se me fuera el rato en hablar de mi padre y de la madre del periodista Ruiz Mantilla. Qué poco corazón tienen los señoritos. Y luego les pasa que, cuando están al borde de la muerte, se acuerdan del nombre de un trineo, como en Ciudadano Kane, pero ya es demasiado tarde. No hablaré más de la familia, y eso que mi padre ha enmarcado los artículos en los que ha salido, hasta los más dolorosos, y la madre de Ruiz Mantilla, también. Tengo a todos los padres de España enmarcando. Pero, en fin, me di por enterada y decidí empezar una nueva etapa más aristocrática, que podríamos llamar etapa Bicoca. El secreto del éxito es empezar desde arriba, decía Cary Grant. ¿Y qué mejor para empezar a lo grande que irse a cenar con el Rey ? Eso hice. El Rey llevaba a su santa, así que yo arrastré a mi santo, que estaba un poco rebelde: ni quería venir, ni quería ponerse corbata, ni quería llevarse paraguas, con lo que llovía. Ni el niño cuando era pequeño me ha dado tanta guerra. ¿Para eso le compro yo corbatas de Armani? Cuando se pone así de misántropo me dan ganas de dejarlo en casa una vez más, agarrar la corbata y al final de la cena cortarla en trozos, como en las bodas, y pasar luego entre las mesas con un platillo. Nos fuimos (bastante elegantes, a qué negarlo) con nuestro paraguas. Mi santo quería coger el metro, y yo le dije que no me tomara por impopular, pero que es de cajón prever que si vas en metro a cenar con el Rey llegues a la cena oliendo a subsuelo. La verdad es que el taxista consiguió que llegáramos al Círculo de Bellas Artes (lugar del ágape) oliendo a sobaquillo español. Llevaba el hombre el partido Madrid-Bayern de Múnich a toda leche, y cuando metió el Madrid un gol empezó a dar saltos en el asiento y a pitar como loco para demostrar su alegría. Otros conductores compartieron con él la euforia tocando sus pitos. Edificante. Cuando salimos del taxi ya estábamos agotados y malolientes. Mi santo me soltó la frasecilla: 'Teníamos que haber venido en metro. Ya te lo había dicho yo'. Odio la frasecilla. Y últimamente, desde el 13 de mayo, la dicen todos los analistas políticos. No sé por qué. Dicen la frasecilla en las tertulias, la escriben en los periódicos, te la suelta por la calle el analista espontáneo de turno.

Lo malo de cenar con el Rey es que siempre se te apuntan mil más, con la excusa que sea, en este caso los premios Ortega y Gasset. Con tanta gente creo que se pierde intimidad. Además, se ponen como locos por sentarse a su lado, y yo siempre he dicho que no me mato por sentarme al lado de nadie. Hasta ahí podíamos llegar. Soy de Moratalaz. Tanta gente se apuntó que, sinceramente, me quitaron protagonismo. Andrés Rábago, nuestro Roto, me dijo mientras nos sentábamos: 'Me da miedo hablar contigo por miedo a que me conviertas en personaje, claro que yo digo cosas muy sosas, no sirvo'. 'Uy', le dije, 'tú no sabes el trabajo fino que hago yo con los sosos', y mi santo añadió: 'Mírame a mí'. Las mesas tenían nombres de bellos parajes españoles. A nosotros nos tocó en Cazorla, un entrañable guiño de los organizadores a mi santo. No quisiera ponerme feminista, pero siempre se tiende a favorecer el ego masculino. ¿Por qué no una mesa llamada Moratalaz?

Como era de esperar, una vez que nos sentamos, mi santo no sabía qué hacer con el paraguas, y me lo reprochó bastante. Lo dejamos tirado en el suelo y casi provocamos una catástrofe cuando un camarero tropezó con el mango. Por poco no se caen encima de Harguindey las copas de tortilla desestructurada del siglo XXI que nos cocinó Ferrán Adriá. Harguindey nos preguntó sin acritud: ¿Pero qué coño os pasa con el paraguas?, y mi santo respondió enigmáticamente: 'Es que lo compramos cuando nos casamos'. Bebimos bastante. Yo, por humildad, siempre sigo el ritmo del que tengo al lado, así que bebí lo que bebió Harguindey. Ni más ni menos. Y conste que antes de la cena seguimos el consejo de Fernán-Gómez, que, dada su timidez, antes de ir a un cóctel siempre se bebía un cóctel en el bar de enfrente. Cuando la cena acabó fui guiándome con el paraguas, como si estuviera ciega (estaba ciega), adonde copeaban los peces gordos. Noté que alguien me tomaba por el brazo. Era Cebrián, que me decía: '¿Conoces al Rey?'. Le dije que no. Entonces él hizo las presentaciones y nos dejó un momento a solas entre la multitud. Su Majestad miró para abajo, hacia donde yo estaba. Me quedé muda, sin saber qué se le dice a un Rey. De pronto me vino a la cabeza una pregunta de esas que tienes aparcadas desde la infancia: '¿Es verdad que los Reyes son nuestros padres?' El Rey se quedó mirando al vacío. No sé si porque está un poco escaldado últimamente por ciertas polémicas y no quiere meterse en líos o porque le interesaba otra persona más que yo (otra posibilidad, dolorosa pero plausible). Así que, viendo que la conversación no prosperaba, dije: 'Pues, hala; ya nos veremos en otra ocasión'. Y me puse a hablar con Carmen Alborch, que quiere que escribamos juntas un folletín. Pero, Carmen, ¿te parece esto poco folletín?

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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