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Columna
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Retroalimento

Antes de acostumbrarse a la rutina de salir a hombros del semicoso parlamentario de la calle Navellos, Eduardo Zaplana tuvo que hacer un profundo ejercicio de depuración interior para apartar de su cara la mirada de culpable con la que llegó al Palau de la Generalitat. Las fotografías de la época constituyen un fino tratado sobre el lenguaje de sus ojos, a la espera de ser abordado y desmenuzado por la profusa semiótica indígena. A pesar de este inconveniente, cuyo fundamento quizá haya que rastrearlo en la conversación telefónica que formó parte de las pruebas del caso Naseiro y en cómo accedió a la alcaldía de Benidorm, Zaplana supo reconstruir su propia imagen con un cambio de registro en los ojos. Su mirada de culpable se volvió firme, incluso seria, dibujando un clima de certeza que sólo alcanzan algunos tratantes de ganado en la feria de Xàtiva tras vender un semental estéril. Con esa estrategia ha llenado burbujas del diámetro de la que acaban de descubrir unos astrónomos alrededor de una estrella naciente y ha vapuleado a la oposición en cada debate. Pero sin duda a este éxito personal de Zaplana ha contribuido la torpeza del principal partido de la oposición, cuyos reflejos parlamentarios se limitan a poco más que señalar hacia Rafael Blasco (sobre el que la Justicia despejó cualquier sombra de corrupción), como chivo expiatorio de su escasa psicomotricidad política, y acaso también como síntoma. Seis años después de la llegada de Zaplana al poder, la oposición no ha hecho mucho más que retroalimentar la táctica del ex alcalde de Benidorm, incluso ha llegado a engordarla suministrándole al ex jefe de gabinete de Joan Lerma como presa, con lo que la referencia a lo anterior es tan flagrante que el presidente de la Generalitat siempre acaba escapándose en tobogán por la misma brecha. Sobre ese esquema, no solamente Zaplana puede repetir otro mandato como ahora le exigen, sino que el PSPV está abocado a permanecer varias legislaturas en la oposición con sus simulaciones gatopardistas, a la espera de un cambio que en realidad sólo se ha producido en la mirada de Zaplana.

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