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Reportaje:La final de la Copa de la UEFA, reto histórico del Alavés | FÚTBOL

Fowler, el diablillo más adorado de Anfield

Con 164 goles en 311 partidos con el Liverpool el expediente goleador de Robbie Fowler es casi tan prolijo como su ficha policial. Combustible a la tormentosa vida de muchos jugadores británicos fuera de los campos, Fowler bien podría ser un hooligan más en The Kop, la grada más revoltosa de Anfield. En cierta ocasión, su compañero de farranda Paul Gascoigne le acusó de haberle orinado en una botella de whisky; una vez fue atacado en los lavabos de un hotel y le partieron de cuajo la nariz; y también se ha visto enredado en un confuso tiroteo en un bar de Liverpool. El último suceso conocido es reciente, ocurrió en enero de este mismo año, cuando Robbie recibió otra paliza en un pub de Liverpool en plena madrugada. Cuesta entender que el chico se las lleve todas en su propia ciudad, donde una mitad, los reds, le adoran. Con la otra media naranja, los fieles del Everton, coqueteó en su adolescencia y aún les piropea. En su web personal no se recata en señalar a Graeme Sharp y Trevor Steven -ex evertonianos- como sus ídolos infantiles y sostiene, faltaría más, que el partido más fabuloso que ha visto en su vida fue un Everton-Bayern.

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No importa, Fowler es el ídolo de Anfield, el jugador que mantiene en vilo a toda la hinchada ante la posibilidad de que el técnico, Gerard Houllier, le despida a final de temporada. La afición tolera de mala gana que el francés le haya sepultado en favor de Heskey. Fowler ha levantado los tres únicos títulos del Liverpool en los últimos ocho años y aún perdura en la retina colectiva su debú en 1993, cuando le enchufó cinco goles al Fulham.

Nada haría más feliz a la legión inglesa que ver levantar mañana la Copa a este vecino de 26 años, nacido en Toxteth, el barrio más deprimido de Liverpool, una zona de gran tradición en la lucha sindical por la que Fowler se jugó una reprimenda de la UEFA. En marzo de 1997, en un duelo de Recopa entre el Liverpool y el SK Brann noruego, Fowler -hijo de un empleado de ferrocarriles- mostró este mensaje: 'Apoyo para los estibadores despedidos', un gremio que había perdido a 500 trabajadores en dos años. A los pocos días, Fowler volvió a copar las portadas por otro hecho admirable. Frente al Arsenal, el árbitro señaló penalti a favor del Liverpool. El delantero le dijo al colegiado que se había equivocado, pero aquél se mantuvo firme. Fowler tiró el castigo a las manos de Seaman, que rechazó la pelota y McAteer, menos solidario, marcó.

No siempre los mensajes de Fowler han sido tan positivos. En un Liverpool-Everton, festejó un gol simulando que esnifaba cocaína mientras olisqueaba la raya de cal del área. Fowler quiso burlarse así de aquellos que rumoreaban que flirteaba con las drogas. Le cayeron seis partidos y ocho millones de pesetas de multa. Tres meses antes el delantero ya se había llevado a una dura regañina por cuestionar la sexualidad de Le Saux, un lateral del Chelsea.

Así es Fowler, para la bueno y para lo malo, como bien sabe su amigo del alma, Steve McManaman, con el que ha compartido una cuadra con tres pura sangre alemanes -Autaler, Seabelt y Mayor lando. Por eso Macca y todos los reds suspiran porque Fowler, que ha sufrido tres graves operaciones de rodilla, tenga un gran día y Houllier recapacite.

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