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Crítica:TEATRO | 'OTELO'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La intriga, la calumnia

Veo en esta versión que Otelo no es el arquetipo teatral de los celos; es la representación de la intriga, la calumnia, el odio, la envidia representada por Yago. Es el personaje que ocupa la escena: el actor con más fuerza personal, con más y mejor voz, con más interés en que las cosas sucedan como suceden. Es la tragedia del envidioso intrigante, no del moro celoso. No veo, en cambio, aunque me lo adviertan el versionista, el director y la cita del lejano Stalisnawski, que sea un drama colonial y social, una intriga de corte. Sí el racismo, que Shakespeare no olvida nunca: el moro bruto, una buena bestia, enamorada y sincera, pero sólo apto para la pelea; y sí, ya imagino, con una potencia sexual mauritana que ilusionaba a Desdémona por encima de la paliducha y débil apariencia de los venecianos. La escena de la posesión de la diminuta, bella y apasionada niña desnuda por el gigante negro tiene bastante de ese valor erótico (la actriz, Irene Pozo, tiene además calidad de voz y actuación profesionales). No niego todo ese trasfondo político que enlaza con el mundo de hoy -más justo debe ser que el mundo de hoy enlaza con el de entonces, y que imperios y globalizaciones, inmigraciones y explotaciones son el desarrollo que no se detiene nunca-, sino que en lo que se representa, en la versión de buen castellano pero tendenciosa y abreviada de García Montero, lo que veo es esa cuestión entre los dos personajes, el que infiltra la maldad y el que la recibe: los demás personajes, a partir de Desdémona y del Payaso -prácticamente anulado-, de la nobleza veneciana y los militares, son secundarios y servidores de escena.

El poder

Mucho añade el director Emilio Hernández a este entendimiento. El grupo que representa el poder -con esmoquin y copas de champagne, y un trono representado por una silla de ruedas- es al mismo tiempo el que recoge las alfombras, pasa de mano el pañuelo, contempla las armas. Es el mismo director el que impulsa hacia los apartes con el público a Yago, el actor Antonio Garrido, y hace que los servidores-capitalistas le entreguen el micrófono para que su voz, que es espléndida y matizada, consiga un eco, por razones que no se me alcanzan; y quien domine en sus diálogos con Otelo (Juan Manuel Lara), cuyo texto es primario: la violencia y el sexo-amor, la incapacidad de comprender lo que pasa a su alrededor. El astuto, el noble bruto, el objeto sexual, los secundarios, reducen a algo menos de dos horas su representación, que a mí me gusta por su carácter esquemático, innovador; ajeno probablemente al espíritu de Shakespeare y la idea política de sus creadores, pero compendiado y bien dicho.

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