Un gesto resolutivo
Parece claro que la disposición a dar la vida por una idea lleva sobre todo a fastidiar la existencia de los demás según un rústico guión donde la entrega del fervoroso epígono prestigiará los anaqueles dominados por la muerte
Retrato en sepia
Sobrecoge el resumen de entrevistas con asesinos de ETA que publicaba este diario en sus páginas de domingo. No es tarde para comentar detalles de ese horror. Uno de ellos comparte zulo durante semanas con un empresario secuestrado, y hasta queda con él a tomar copas cuando esa situación concluya. La situación concluye con el tiro en la nuca en un descampado, y el militante de un movimiento que se tiene por emancipador afirma sin vacilar que nunca consideró a su víctima como persona. Otro, tal vez más alegre y combativo todavía, dice que los vascos no son como los segovianos, que a lo mejor en una playa con todos medio en bolas te confundes, pero que basta con cualquier otro detalle para detectar los genes de cada uno. ¿Y este tipo de cráneos privilegiados es el que mantiene en jaque a medio país?
El prestigiode la muerte
Decía André Malraux que lo jodido de la muerte es que convierte la vida en destino. Pero no se refería necesariamente a ningún suceso de naturaleza violenta, sino más bien a una fastidiosa certidumbre de a diario. Asunto muy distinto es que los adictos a una secta política empiecen por manifestar su disposición a dar la vida por sus ideas y acaben liquidando a todo aquel que no las comparta. Se erigen así en destino de los otros, utilizando sin discernimiento una cuestión de tanto prestigio -por definitiva- como la de la muerte, lo que les excluye de un territorio como el político que requiere de la vitalidad del adversario para alcanzar acuerdos válidos. Por eso resulta peligroso que nuestro máximo representante institucional trate de atribuir a personas tan educadas como Eliseu Climent o Vicent Soler cierta afinidad con la violencia política. Por usar los términos de nuestro cada vez más Honorable, esa observación torticera sí que produce pena y dolor. Y vergüenza.
La puta respetuosa
No tuvo mucha suerte Ewa Stryniak al elegir esta ciudad como lugar de residencia. Tras no pocos trabajos, se instala como prostituta, consigue llegar a fin de mes, se hace con una clientela de postín, puede mandar algún dinero a su familia polaca, y cuando todo le sopla de cara no sólo es asesinada de una manera bastante cruel sino que, además, su fantasma se convierte en protagonista de dos novelas atroces y, ahora, el juez encargado del crimen cierra el caso sin un rico acusado que llevarse al banquillo mientras el fiscal dictamina que no hay pruebas concluyentes contra nadie. Son muchas las preguntas sin respuesta, por más que el sumario esté concluido y no haya imputaciones. Un narrador de raza insistiría no ya en las circunstancias del crimen sino en los todavía más apasionantes detalles de su investigación.
Mujeres y días
Hay un poema, enorme en su insignificancia, de Gabriel Ferrater, el maestro de tanta profusión o profesión vernácula, que menciona como si fuera una fuente de extrañeza la facilidad con que se ríen las chicas. Es posible que alguien, a estas alturas del siglo pasado, haya presentado ya una tesina de fin de curso en alguna de las numerosas ciencias sociológicas sobre las consecuencias estéticas que una buena alimentación y el recurso habitual a la mochila en los recorridos diarios han producido en la manera de caminar de muchas adolescentes. Los chicos, que no se reirán nunca como ellas, son como más musculosos, y carecen -en su rudeza- de esa majestad de navío con la que las chicas parecen estar al cabo de la calle sobre el lugar al que peregrinan desplazándose con el peso de la mochila a sus espaldas.
La segunda edad del pavo
Casi nadie viene al mundo provisto de una artrosis, ni siquiera en los peores países africanos, y menos todavía recibe el cachete ritual en las nalgas fumando cigarros más o menos habanos. El asunto es determinar cuándo una persona que no sea Sara Montiel se cree autorizada a celebrar en su biografía el paso del minúsculo cigarrillo al esplendor fálico del habano. Se trata de una metáfora, como es natural, a la que el cine ha aportado multitud de variantes más o menos enigmáticas, sin hablar de la representación simbólica que esa ortopedia oral alcanzó durante el reinado conocido de un sujeto como Bill Clinton. No es, con todo, asunto de becarias, sino de tipos con presunto pelo en pecho. Es probable que sean cosas de la edad -ese sustitutivo resignado de entusiasmos anteriores- las que llevan a la boca adulta a chuparse de nuevo el dedo. Con más humos.
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