Clinton busca en Europa la gloria que se le niega en su país
El ex presidente de EE UU ganará un millón de dólares con la gira de conferencias que comienza mañana
Bill Clinton ganará un millón de dólares (190 millones de pesetas) en las dos semanas de gira que comienza mañana por siete países europeos, incluido España, según informa su oficina en Washington. El ex presidente estadounidense cobra 'un mínimo de 100.000 dólares (19 millones de peseats) por conferencia y algo más si es en el extranjero', pero, de momento, destina ese dinero a 'pagar las deudas legales' -unos cuatro millones de dólares- que le dejaron el caso Lewinsky y otros escándalos de su paso por la Casa Blanca. A sus anfitriones europeos no les importa; aflojarán sin problemas, y además aplaudirán a su político norteamericano favorito como ya han hecho los indios, los surafricanos y los chinos.
Los escándalos de su presidencia han dañado severamente su popularidad y su cuenta corriente
'¿Dónde está Bill Clinton?'. La pregunta la formuló a finales de abril Hillary Clinton ante un grupo de jóvenes neoyorquinos con los que se reunía en su calidad de senadora. Mirando su reloj, Hillary dio de inmediato la respuesta: 'Veamos, son las 11.20 de la mañana del jueves, luego Bill debe estar en África'. Estaba en Johannesburgo, en efecto. Clinton, invitado por su amigo y también ex presidente Nelson Mandela, pronunciaba un discurso ante 800 personas, interrumpido numerosas veces por calurosas ovaciones. Mandela le había presentado como 'un líder que quería hacer cosas por África y que hizo cosas por África'. Y él, olvidándose de que ya no es el jefe, entusiasmaba a la audiencia diciendo: 'EE UU quiere ser vuestro socio, nuestra asociación hará grandes cosas por vuestros hijos'.
A Clinton le está pasando, aunque en menor medida, lo que a Mijaíl Gorbachov: en el extranjero se lo rifan, en casa no despierta tanto entusiasmo. En los dos últimos meses Clinton ha desaparecido de los titulares de prensa norteamericana; rara vez es noticia, se ha convertido, según la fórmula de The Seattle Times, en 'el hombre invisible de EE UU'. Su popularidad doméstica ha alcanzado niveles bastante bajos. La última encuesta de Gallup le da un 39% de opiniones favorables frente a un 59% desfavorables. Por contraste, George Bush tiene en ese y otros sondeos el aplauso de más del 60% de sus compatriotas.
Y es que los escándalos vinculados a su salida del cargo -desde los 190.000 dólares en muebles y regalos que se llevó de la Casa Blanca hasta el indulto a cambio de dinero concedido al financiero fugitivo Marc Rich- han sido malos para el inteligente, seductor y pícaro político de Arkansas. La firma Morgan Stanley, que, al precio de 100.000 dólares, organizó su primera conferencia como ex presidente, en Boca Ratón, Florida, a comienzos de febrero, se arrepintió luego en un comunicado público humillante para el ex.
Como manda la tradición estadounidense, Clinton no dice ni una palabra en público sobre el arranque de la presidencia de su sucesor. Pero sus amigos han contado a The New York Times que está 'favorablemente impresionado' por 'la disciplina' con la que está aplicando su programa. Llewellyn Wells, productor de la serie televisiva ambientada en la Casa Blanca El ala oeste, dice que Clinton repitió en una cena celebrada en Washington a comienzos de este mes: 'No subestiméis al presidente Bush, tiene mucha fuerza'. El conservadurismo de la política de su sucesor no le sorprende lo más mínimo. 'Está haciendo exactamente lo que dijo que iba a hacer', dice.
Clinton para poco en EE UU, y menos en su residencia oficial, la casa en Chappaqua, un suburbio de Nueva York, que compraron él y Hillary. El mes de abril lo pasó casi enteramente en el extranjero. Fue a África, al acto en Johannesburgo con Mandela y a una conferencia sobre el sida en Nigeria, y antes había sido aclamado por las muchedumbres en India. A India fue en su condición de presidente de una fundación que desea recaudar 20 millones de dólares para ayudar a las víctimas del terremoto que devastó ese país en enero. Allí le rodearon muchedumbres febriles que coreaban su nombre: '¡Clinton, Clinton, Clinton!'. Se sintió tan bien que dijo a los periodistas: 'Creo que voy a seguir viniendo a India el resto de mi vida'.
Es curioso recordar que Clinton arrancó sus ocho años de presidencia con la voluntad de concentrarse en asuntos domésticos y relegar los internacionales. Pero, como les ocurre a casi todos los presidentes y jefes de Gobierno, acabó cogiéndole el gusto a lo de arreglar el mundo.
Mientras el descubrimiento de sus aventuras con Monica Lewinsky le hacía sentirse incómodo en EE UU, su mediación era bienvenida en Irlanda del Norte y Oriente Próximo. No pudo arreglar lo de israelíes y palestinos, pero hizo avanzar las cosas en Ulster. Como premio, recibirá en los próximos días un busto de bronce en Dublín y un doctorado honoris causa en la Queens University de Belfast. Y en Enniskellen inaugurará el William Jefferson Clinton Peace Center.
Esta gira por el Viejo Continente es un camino de rosas para Clinton, el más europeo de los presidentes estadounidenses en mucho tiempo. Clinton lee mucho, desde historia a la mejor literatura policiaca, es ligeramente progresista, estudió en Oxford y ha viajado fuera de su país desde joven, adora la compañía de negros y tiene ante las relaciones extraconyugales una actitud más en la tradición francesa que en lo que desearía el puritanismo norteamericano. Así que será aplaudido en las dos Irlandas, Suecia, Noruega, Austria, España, Polonia y Reino Unido, y en este último país abrazará a su mejor amigo europeo, Tony Blair, con el que, según su oficina en Washington, habla mucho por teléfono.
El pasado miércoles, Clinton estaba en Hong Kong, en el Fortune Global Forum, un encuentro de unos setecientos empresarios internacionales. Se reunió muy cordialmente con otro 'viejo amigo', el presidente chino, Jiang Zemin, todo un contraste con el agrio pulso que Bush sostiene con Pekín. Según su portavoz, le reiteró a Jiang que está convencido de que 'EE UU y China deben trabajar para construir una relación constructiva'. Dándose por aludida, la Casa Blanca de Bush precisó que el ex presidente actuaba como 'ciudadano privado'.
Y es que eso es lo que es, un ex, a diferencia de Hillary, que ocupa un cargo público de elección popular. La pareja sólo ha sido fotografiada junta dos veces desde que abandonó la Casa Blanca, pronto hará cuatro meses. El único parlamentario con escolta del servicio secreto, trabaja hasta 14 horas diarias en el Senado y duerme en la casa que se compró en Washington. Hillary afirma que habla con su esposo por teléfono con frecuencia, y Clinton cuenta que, incluso en sus viajes internacionales, le ayuda, a través del fax y el correo electrónico, a preparar sus discursos.
Bill y Hillary pasaron juntos en abril un fin de semana de descanso en la República Dominicana, pero, no obstante, el distanciamiento emocional de la pareja es obvio. A Hillary los escándalos de su marido le han hecho mucho daño, personal en el caso Lewinsky y político en el del perdón a Marc Rich. Ahora, la senadora por Nueva York, que ya ha apadrinado 20 proyectos de ley, quiere ser ella misma y no la ex primera dama de Bill Clinton. Pero la gran pregunta es: ¿se contentará el político de Arkansas con el masaje al ego y los sabrosos ingresos de las giras triunfales por el extranjero o volverá a la escena pública estadounidense? Por si acaso, los medios de comunicación sondean las posibilidades que tendría de ganar la alcaldía de Nueva York. Y si la magia de Clinton se desvanece en el conjunto de EE UU, persiste en la cosmopolita Gran Manzana. Clinton ganaría allí.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.