Poco a poco, más lejos de la paz
Lo terrible es que los israelíes se han acostumbrado. Se han acostumbrado a levantarse cada día y enterarse del atentado acaecido a primera hora de la mañana. A ver muertos y heridos. A oír los mismos clichés cuando se describe la situación o se informa de ella. Tanto se han acostumbrado que hasta los sentimientos parecen a veces clichés. Son como algo sacado de esos titulares provocadores del periódico de la tarde: 'La desesperación y la furia' o 'El miedo y el odio'.
Hoy en día, la mayoría de los israelíes piensa que el proceso de paz se ha esfumado. Peor aún: que ya a priori era una quimera. Les cuesta entender cómo pudieron dejarse llevar por la izquierda y por el gobierno de Barak, que logran engañarles hasta hacerles creer que los palestinos habían abandonado su sueño de exterminar el Estado de Israel.
Israel está inmerso en una especie de apatía. A primera vista, la vida sigue su curso con normalidad. El día a día transcurre con esa mezcla israelí tan característica de vitalidad y tristeza. Pero los que hemos vivido aquí toda la vida sabemos que todo se desarrolla en una atmósfera sombría, rara, deprimente. Israel vuelve a adoptar ahora la actitud que más daño le puede hacer: la actitud de víctima, la actitud del judío perseguido. Cualquier amenaza es vista como una amenaza global que justifica una reacción más dura.
A diferencia de otras ocasiones, esta vez parece que los israelíes han perdido la esperanza de salir del atolladero. 'Con los árabes es imposible hacer la paz'. Es la frase que escucho varias veces al día, cuando, llevado por la ingenuidad, me veo tentado a discutir en la calle, en un taxi o en la radio. Y esa misma frase -tan sólo con una palabra cambiada- es la que también oigo en mis discusiones con los palestinos: 'Con los israelíes es imposible hacer la paz'.
La guerra se siente en casi todos los sitios. Sin embargo, el israelí medio consigue negarse a ver lo que ocurre a su alrededor. Incluso llega casi a vivir como si nada pasara. No es de extrañar: decenas de años viviendo en guerra y con angustia le han servido de entrenamiento. Cuando un ciudadano israelí abre los ojos por la mañana puede suponer que ese día al menos un israelí sufrirá algún tipo de atentado. Sabe que puede perder la vida cualquier día. Así que no va a estar pensando siempre en eso. Y tampoco en lo que les pasa a los palestinos: ellos son los culpables, piensa, pues les ofrecimos todo y nos contestaron con linchamientos y terrorismo. Por eso se ha acostumbrado a no ir a determinados sitios, a no viajar por determinadas carreteras. Y por la noche, al ver el telediario, y tras el reportaje sobre el funeral del día, en Tel Aviv o en Gaza, una vocecita susurrará en su cerebro: '¡Qué suerte! Hoy no me ha pasado nada'.
Poco a poco, israelíes y palestinos se van alejando de la paz. Hace tan sólo tres meses estuvo a punto de llegarse a un acuerdo en Taba. Sin embargo, ahora eso parece haber sido solamente una mejoría, breve y llena de falsas ilusiones, en el proceso de una enfermedad incurable. Ahora apenas nadie se acuerda de la palabra 'paz'. Los palestinos dicen que no abandonarán la violencia 'hasta que acabe totalmente la ocupación'. Israel, que no negociará 'hasta que no termine definitivamente la violencia'. Cada bando sabe que su ultimátum, legítimo desde una perspectiva moral, es irrealizable y que les hará entrar en un círculo vicioso de violencia que les llevará a la ruina.
Como no ven esperanza, israelíes y palestinos vuelven a hacer algo que ya saben: derramar unos la sangre de los otros. Cada día hay más víctimas. Cada día son más los que se suman al odio y la desesperación. Cada día crece más el deseo de venganza. Hay palestinos que dicen frente a las cámaras de televisión que ya no les importa que no haya acuerdo en el futuro, 'lo importante es que los israelíes sufran como nosotros hemos sufrido'. Por otro lado, hay israelíes que exigen a Sharon que 'destruya varias aldeas palestinas' y creen que con eso los palestinos se rendirán y querrán negociar con Israel. Importantes representantes de la Autoridad Palestina que en conversaciones privadas con israelíes critican ferozmente a Arafat y las acciones terroristas de los kamikazes palestinos se alinean, en cambio, en público con los más extremistas. Apenas suena ya la voz de la izquierda israelí: muchos han perdido la esperanza y han 'desertado' yéndose al bando de la derecha y otros no encuentran eco en la sociedad.
En vez de en una 'paz de valientes', los dos pueblos están ahora ocupados en 'hacer cuentas' de sangre: tú me has matado, yo te mataré. Sin darse cuenta, actúan como en una guerra tribal con el lema 'ojo por ojo'.
'Dan a luz cabalgando sobre una tumba', escribió Beckett en Esperando a Godot. En Oriente Próximo, esa imagen es increíblemente palpable. Todos, tanto israelíes como palestinos, hemos nacido en este conflicto, y nuestra identidad se ha ido formando, en parte, con las palabras 'enemistad', 'angustia', 'supervivencia' o 'muerte'. A veces da la sensación de que tanto los israelíes como los palestinos no tendrían una identidad clara a no ser por el conflicto, a no ser por ese 'enemigo' cuya existencia resulta necesaria -¿vital?- para consolidar la identidad y la unidad de cada pueblo.
Cuando uno escucha a los dirigentes israelíes y palestinos, se aterroriza al percibir cierta alegría por su desgracia, cuando se cumplen los malos augurios que habían pronosticado, sobre todo si se deben a su propia negligencia. Y cuando ya la esperanza se desvanece ante sus ojos, no es menos inquietante el ardor con el que muchos acogen esas visiones tan funestas. Al fin y al cabo, los pueblos van adquiriendo las 'desviaciones' que les ha ocasionado su propia historia, hasta olvidarse de las razones del principio.
Es necesario hablar claro: si Israel se niega a entablar negociaciones de paz hasta que el terror 'sea exterminado definitivamente', según palabras de Sharon, no sólo nunca vivirá en paz, sino que contribuirá a que el terrorismo continúe. Si los palestinos se niegan a abandonar la violencia 'hasta que acabe la ocupación', tampoco alcanzarán la paz y la ocupación seguirá.
Dirigentes cínicos
Sharon y Arafat son dos dirigentes muy cínicos. Su modo de actuar refleja un baile perfectamente premeditado. Para llegar a la conciliación, ambos deberán abandonar la mayoría de los principios que sustentan su visión del mundo y que los han aupado al lugar en el que hoy están. Su conducta de estos meses hace sospechar que están condicionando intencionadamente las negociaciones de paz al cumplimiento de unas demandas imposibles hoy de satisfacer. Además, todo el aparato gubernamental y los medios de comunicación se dedican a apartar la atención de los ciudadanos de lo realmente importante y manipulan su odio para que lo dirijan contra el adversario.
Tal y como están las cosas, sólo un milagro o una catástrofe podrían hacer cambiar la situación. El que no cree en lo primero y teme lo segundo piensa que la única posibilidad de evitar la matanza recíproca entre israelíes y palestinos es la presión internacional. Aún considero que la obligación de hacer concesiones mayores la tiene Israel, por ser el más fuerte. Sin embargo, ambos lados deben dejar ya esa retórica fatalista y reducir lo más posible la violencia e iniciar de nuevo las negociaciones de paz. Otra esperanza, más pequeña, está en la disposición de los individuos, tanto israelíes como palestinos, de reanudar el diálogo entre sí. No sería sólo algo simbólico, ya que sería también una manera de que ambos pueblos recordaran lo que ahora no se atreven ni a añorar. Ésa sería hoy la única alternativa al odio y la desesperanza.
David Grossman es escritor israelí.
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