Muere Didí, inventor de la 'folha seca'
El ex madridista ganó dos Campeonatos del Mundo con Brasil y en el de 1958 fue elegido el mejor jugador
La última batalla consumió 18 días, sin derecho a prórroga. Terminó en la mañana de ayer, en el séptimo piso del hospital público Pedro Ernesto, en el barrio de Vila Isabel, en Río de Janeiro. A sus 72 años, el ciudadano brasileño Waldir Pereira murió víctima de lo que en el lenguaje médico se califica como un fallo múltiple de los órganos, en su caso motivado por un cáncer de hígado.
Con Waldir Pereira murió el maestro Didí, bicampeón mundial de fútbol con la selección brasileña en Suecia 58 (Garrincha, Didí, Vavá, el jovencísimo Pelé y Zagalo formaban su histórica delantera) y Chile 62 (la misma con la incorporación de Amarildo en el puesto de un Pelé lesionado a las primeras de cambio). Con él murió, sí, uno de los mejores jugadores de todos los tiempos, inventor de un estilo imbatible de pasar la pelota y de marcar goles imparables -la famosa folha (hoja) seca: el perfil del pie, el balón dando vueltas por el aire como aquélla al caerse del árbol...-, dueño de una elegancia de gacela y una precisión de orfebre. En las canchas era un dios negro, un príncipe de la libertad. Tenía un cuerpo delgado y músculos veloces. Una de las mejores definiciones de Didí la dio el escritor uruguayo Eduardo Galeano: 'Estatua erguida de sí mismo'.
En un largo testimonio que prestó al periodista brasileño Roberto Moura, Didí explicó su relación con la pelota: 'Yo siempre la tuve mucho cariño. Porque, si no, ella no obedece. Cuando venía, la dominaba. A veces se iba por ahí y le decía 'venga, hijita' y la traía. La trataba con tanto cariño como trato a mi mujer'.
Larga fue la relación de amor entre Didí y el balón. Empezó a jugar en 1943, en clubes modestos de la periferia de Río. Su primer gran equipo fue el Fluminense, al que llegó en 1949. Dos años después logró con él su primer título estatal. Pero antes de ese triunfo ya alcanzó una gloria insuperable: de sus pies salió el primer gol anotado en Maracaná, en su inauguración, en 1950, el año de la trágica derrota mundialista frente a Uruguay. Era un amistoso entre Río de Janeiro y São Paulo. Allí se consagró: su tanto levantó el primer grito multitudinario en el estadio más mítico.
Didí dejó en 1956 al Fluminense y se pasó al Botafogo, que hasta hoy lo ha tenido como su icono. Fue centrocampista de la selección brasileña en 1950, 1954, 1958 y 1962. Tras el Mundial de Suecia, que consagró a Brasil, fue elegido el mejor jugador del torneo. Al año siguiente se pasó al mítico Real Madrid de las cinco primeras Copas de Europa. Pero aquélla fue una experiencia frustrante para él, ensombrecido por Alfredo di Stéfano. Así que su paso por España fue breve: 19 partidos y seis goles. En 1960 regresó al Botafogo. Lo hizo con la elegancia de siempre, más endiablado que nunca.
Tras jugar hasta 1966, decidió hacerse entrenador. Como tal, en 1969, logró otra marca inédita: llevar por vez primera a la selección de Perú a la fase final de un Mundial, el de México 70, donde vio a varios de sus ex compañeros, como Pelé (Jairzinho, Gerson, Tostão, Pelé y Rivelinho formaban ahora la delantera), dando el tercer título a Brasil.
Conoció después el banquillo del River Plate, argentino, y del Fenerbahce, turco, al que hizo cinco veces campeón nacional. Tras pasar por Kuwait y Arabia Saudí, terminó en el Bangu, un modesto equipo de la misma periferia de Río donde había empezado sus tratos amorosos con la pelota. El círculo cerrado. De sus dos amores, uno, el balón, se alejó de él. El otro, su esposa, Guiomar, y sus cuatro hijas, estuvo a su lado hasta que el destino dio el pitido final.
El Madrid aprovechará su partido de hoy, contra el Espanyol, para rendir homenaje a Didí. Sus jugadores llevarán brazaletes negros y en los vídeomarcadores del estadio se proyectarán imagenes suyas. Su presidente, Florentino Pérez, expresó ayer su pesar por su desaparición, al igual que el director general deportivo, Jorge Valdano, que destacó que, pese a que su estancia en Chamartín fue corta, dejó 'una huella importante'.
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