Cura y rojo
Santa Coloma homenajea al sacerdote Lluís Hernández, alcalde de la ciudad entre 1979 y 1991 por el PSUC e IC
Santa Coloma de Gramenet brindó anoche un cálido homenaje al sacerdote Lluís Hernández, al que asistieron Jordi Pujol, el obispo Joan Carrera, la alcaldesa de la ciudad, la socialista Manuela de Madre, y Joan Saura, presidente de IC, junto a 500 personas. Santa Coloma, ciudad de la que Hernández fue alcalde desde 1979 hasta 1991, primero por el PSUC y después por IC, quiso rendir ayer homenaje al que fuera conocido como el cura rojo.
Pujol habló del sacerdote y de su amor por el país y no pudo reprimir una referencia al fuerte carácter del ex alcalde al señalarle: 'No has sido un hombre fácil para nadie. Antes de venir hacia aquí he dicho que pusieran la bandera en el coche oficial. Ya sé que todo símbolo de la autoridad te repele, pero sabía que agradecerías que estuviera en este acto, además, como presidente de la Generalitat'. El obispo Carreras habló de la vertiente religiosa de Hernández, y Saura, de su compromiso con la izquierda desde la perspectiva del hombre libre. El acto selló la reconciliación entre Hernández y Manuela de Madre, que cuando estuvieron juntos en el Ayuntamiento tuvieron unas relaciones tan tensas que casi acaban en los tribunales. Aunque reside en el barrio barcelonés de Verdum, donde ejerce de párroco, mantiene fuertes vínculos con Santa Coloma. Ayer, Hernández así lo reconoció al asegurar que lleva a la ciudad y a sus gentes 'en el corazón' y al añadir que pasó en Santa Coloma los mejores años de su vida.
La Iglesia y la política marcaron su biografía, porque nunca quiso romper con ninguna de ellas, lo cual le granjeó problemas con la jerarquía eclesiástica y con el PSUC. Su talante díscolo le viene a Hernández desde su época como misionero. Su estancia en tierras americanas acabó antes de tiempo porque su forma de evangelizar pareció revolucionaria. A su vuelta, se incorporó al movimiento de curas obreros, que tuvo en Santa Coloma un plantel entre los que figuraba el sacerdote Jaume Sayrac, que le acompañó en su periplo político.
La popularidad del cura rojo le ayudó a estrechar lazos de amistad entre sectores de la población de Santa Coloma nada proclives a votar comunista ni a la izquierda, lo cual, en una época en la que el sectarismo campaba por sus respetos, resultaba demasiado inquietante para sus compañeros de partido.
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