'Necesito un cambio por mi propia salud mental'
Emily Watson no puede ser más poquita cosa ahí, a la sombra del hotel Shutters on the Beach, en Los Ángeles, evitando que el sol californiano de la playa de Venice o el lujo de este refugio de Hollywood queme esa tez tan británica, pálida y sin el menor brillo de estrella. Sin embargo, basta con admirarla en cualquiera de sus películas para darse cuenta de que esta actriz de 34 años se saldrá de la pantalla, sus papeles siempre son más grandes incluso que esa mirada que tiene, abierta, honesta y, por qué negarlo, algo obsesiva. 'Supongo que cuando estoy trabajando lo soy, especialmente en un filme como éste [Trixie], o como casi todos los que he hecho donde cada fotograma se ha convertido en mi existencia', admite no sin antes intentar convencer de que, por lo demás, su vida es muy normal. 'De verdad', insiste con esa inocencia que desarma dentro o fuera de la pantalla: 'Soy una chica británica como cualquier otra, que tiene la suerte de venir aquí y disfrutar de todo lo que ofrece el Shutters on the Beach y que luego se puede volver a Londres y seguir una vida normal'.
Su última obsesión se titula Trixie, película que ha rodado a las órdenes de Alan Rudolph y producida por Robert Altman -estrenada en España el pasado viernes-, convertida una vez más en una mujer excéntrica y con determinación, en este caso decidida a ser detective privada. 'Su ternura e inocencia me recuerda mucho a la Bess de Rompiendo las olas', compara con el primer papel de su carrera cinematográfica, el que no sólo la dio a conocer, sino que le consiguió una candidatura al Oscar y la sumió en una espiral artística de la que todavía no se ha recuperado. Bess fue una mezcla de mártir y payaso, dispuesta a cualquier sacrificio por amor. Jacqueline du Pre, la violonchelista que interpretó en Hilary y Jackie y que le dio su segunda candidatura al Oscar, era capaz de lo que fuera por su música, y tanto en The boxer como en Las cenizas de Ángela la obsesión se llamaba Irlanda, decidida a todo con tal de salir adelante.
'La verdad es que ésta es la primera vez que acabo un rodaje sin salir dañada', señala en referencia a su última película. 'Cuando te prestas a estas pruebas emocionales, lo cierto es que las películas serán ficción, pero las lágrimas son reales y te lleva tiempo recuperarte', reconoce. No es que Trixie hayan sido precisamente unas vacaciones, pero después de la intensidad de papeles anteriores, Watson prefiere ver el lado más humorístico de su último personaje, algo corto en palabras, carente de cualquier gracejo social y una máquina de mascar chicle. 'Se parece mucho a Alan Rudolph', afirma, sin aclarar si va en serio o en broma.
Fue un rodaje rápido, 30 días, y casi milagroso, como demuestran las escasas críticas recibidas en Estados Unidos, donde la película se estrenó en siete cines de todo el país y no recaudó ni 300.000 dólares (menos de 60 millones de pesetas), migajas para este mercado. 'No comprendo cómo esta película llegó a hacerse', titulaba uno de estos críticos sin comprender esta historia de un pez fuera del agua que se empeña en nadar contracorriente. Para Watson es exactamente el tipo de filmes que le producen ganas de trabajar y de hacer algo interesante y bueno, en un menú que no ha faltado en su plato en sus cinco años de carrera cinematográfica. 'No tengo la sensación de que haya tenido que luchar para ganarme el trabajo. Soy una firme creyente de que las cosas buenas acaban pasando. Sólo hay que esperar'. Y, con esa filosofía, Watson esperó durante años en Londres, primero para entrar en la escuela de arte dramático, donde no la admitieron hasta ya entrada en la veintena, y luego en la Royal Shakespeare Company. De hecho, su descubrimiento llegó por casualidad, después de que Helena Bonham Carter, dicen, rechazara el papel de Bess porque no quería desnudarse. El caso es que Watson se apuntó a trabajar con Lars von Trier en lo que pensaba iba a ser un pequeña película que nadie vería y acabó siendo Rompiendo las olas, todo un éxito de críticas y público.
'Me parece que sólo llevo en la industria del cine unos cinco años y he aprendido mucho. Soy rápida aprendiendo, pero sería una tontería pensar que sé lo suficiente', afirma. El reto está ahí y entre sus consecuencias lo más difícil es equilibrar su vida como una 'chica típicamente británica' con el glamour de Hollywood, donde continúa trabajando. Además, está su vida personal: está casada desde 1995 con el también actor Jack Walters, al que conoció en la Royal Shakespeare Company y con el que ha capeado el temporal de la fama. 'Tiene su truquillo', dice con complicidad, 'pero creo que lo llevamos muy bien'. Entre los trucos está la creación de su propia productora, Cacka Boom, en la que reconoce que lo que más le divierte es desarrollar guiones y que alguno llegue a buen puerto. En esta racha de buena fortuna, totalmente merecida, Watson sólo tiene una preocupación y tampoco parece quitarle el sueño. Le gustaría hacer comedias, claro que con el material de comedias románticas que lee, se le quitan las ganas a cualquiera. 'Me preocupa que la gente empiece a tener una única idea de lo que hago', indica. 'Tampoco es que crea que soy graciosa o que tenga a mi agente buscándome algo con más humor, pero me parece que necesito un cambio. Por mi propia salud mental'.
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