Máximo respeto
Era el 2 de mayo y se celebraba la Fiesta de la Comunidad de Madrid. Había tres invitaciones sucesivas. La primera a las 11.00 para la imposición de las medallas de oro a los ponentes de la Constitución bajo una foto mural de cuando aquellos trabajos donde aparecían Miguel Herrero, José Pedro Pérez Llorca, Gabriel Cisneros, Manuel Fraga, Gregorio Peces-Barba, Jordi Solé Turá y Miquel Roca. En esos alrededores fue cuando don Manoliño se acordó de sus viejas proclamas de la calle es mía y vomitó aquello del euskera como lengua de museo. Pasa siempre con este presidente de honor del PP, que nada sabe de limitaciones, que nunca ha respondido de sus excesos y que tanto aportó para que los socialistas tuvieran larga continuidad en el poder.
La segunda invitación era para las 12.00 y tenía el carácter de convocatoria a un acto cívico militar de homenaje a los héroes del 2 de mayo, que allí mismo en 1808 dieron el primer combate a las tropas de Napoleón como recuerda el mármol de una lápida. Se había dispuesto sobre la acera una tribuna y apenas minutos antes, con ayuda de una cinta métrica, provistos de unos botes de pintura y de unas brochas, unos soldados andaban haciendo marcas sobre el asfalto de la plaza para indicar dónde debería empezar y concluir el 'vista a la izquierda' de las unidades que allí estaban formadas. Un speaker invisible con el amparo de una megafonía que resultó llena de arritmias y confirmó la vulnerabilidad de las nuevas tecnologías, fue informando de nimiedades varias, de obviedades insustanciales, a las que se quería dotar de solemnidad, así como de diversas misceláneas históricas, tergiversadoras del 2 de mayo y de sus protagonistas. Así, la guarnición militar de Madrid suplantaba al pueblo sublevado, descrito en sus episodios por don Benito Pérez Galdós y retratado para siempre ante el pelotón de fusilamiento por don Francisco de Goya. Además, en vez de dejar que el cornetín de órdenes reclamara atención o advirtiera silencio, se prefirió que unos inclementes altavoces rogaran una y otra vez al público paciente que mantuviera una actitud de máximo respeto.
Por fin, toque de atención. Marcha de Infantes para el jefe de la fuerza, capitán general de la Zona Centro, que pasó revista a la formación. ¡Qué formación! Una compañía del Regimiento de Artillería Antiaérea número 72, que, sin saber cómo, resultó ser heredero de los defensores del Parque de Monteleón, una compañía del Colegio de Guardias Jóvenes de Valdemoro y un grupo más bien informe de agentes de la Policía Municipal. Enseguida, ofrenda floral mientras se cantaba un himno sin sentido antes de interpretar el toque de oración, único que venía a cuento. Se dislocó entonces la fuerza, que tomó distancia y volvió desfilando desde las Cuatro Calles. Sólo los Guardias Jóvenes llevaban bien el paso. A los del Regimiento de Artillería les faltaban horas de instrucción en orden cerrado y los municipales marchaban desenfadados, casi verbeneros, cada uno a su aire, ajenos a cualquier marcialidad, y detrás, cerrando la insólita parada, unos caballitos del Cuerpo Nacional de Policía con los barrenderos pendientes de recoger su rastro orgánico. Conclusión renovada: los actos militares son prescindibles, pero si se hacen deben tener la máxima exactitud y dignidad. Quienes empiezan por faltarnos al respeto quedan incapacitados para reclamarlo. ¿Habrá que volver a Ortega y Gasset, que calibraba el civismo de un país por el grado de exactitud marcial de sus soldados, o a los hoplitas defensores de las Termópilas, a quienes los espías persas sorprendieron peinándose, de lo que, informados sus jefes, dedujeron la señal inequívoca de que iban a batirse hasta morir?
La tercera invitación del 2 de mayo era para las 13.00 y daba cuenta de una recepción en la Real Casa de Correos. Dicen que su inquilino actual está siendo sondeado por el PP para que vuelva a ser candidato a la presidencia de la Comunidad. Alberto Ruiz-Gallardón se ha declarado disponible si la solicitud se formalizara. Veremos hasta dónde llevan los aires de reconciliación.
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