_
_
_
_
La Columna | PANORAMA | NACIONAL
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Contra la resignación

SEA CUAL fuere el resultado de las inminentes elecciones en el País Vasco, una cosa llevamos aprendida: que en política nada es fatal ni está predeterminado; que en política los dirigentes y quienes les siguen son responsables de sus actos, lo que quiere decir que sus actos son opciones tomadas voluntariamente con vistas a obtener determinados fines.

Se ha roto ya, pase lo que pase el próximo domingo, el chantaje de que cualquier otra fórmula excepto la vigente será siempre peor y que, por tanto, un partido que jamás ha alcanzado la mayoría absoluta para gobernar deba mantenerse forzosamente en el Gobierno, y no de cualquier modo, sino presidiéndolo. Ese cuento de miedo se ha acabado.

No, claro está, porque sí, porque así hayan venido rodadas las cosas. En toda esta larga y sangrienta historia en la que tantos ciudadanos arriesgan su vida, hay algunos responsables de que esté a punto de cumplirse lo que muchos juzgaban como una fantasía o una voluntaria ceguera. De momento, es evidente el empate técnico entre las dos opciones que la política nacionalista de exclusión y persecución ha provocado: hoy se da por descontando que nacionalistas y constitucionalistas andan muy igualados y que todo depende de lo que voten los indecisos o, más exactamente, ese bloque de electores que concurre a las legislativas pero se abstiene en las autonómicas.

Si ese empate técnico se ha producido se debe a las decisiones que, como respuesta al pacto secreto del PNV con ETA y a su traducción pública en el pacto de Estella, han tomado los dos partidos constitucionalistas. Su punto de partida fue, por una parte, la formulación por el PP de una política cuya meta consistía en sustituir al PNV al frente del Gobierno, en reafirmar que una democracia no llega a serlo hasta que aparece una alternativa creíble al poder establecido. Cuando esto se dijo, pasó casi inadvertido, como si se tratase de un farol sin sustancia política en la que sostenerse. Pero lo cierto es que el PP, conducido por Mayor Oreja, ha guiado hacia ese objetivo su estrategia con los sorprendentes resultados que están a la vista.

Pero la meta de alcanzar el Gobierno estaría hoy tan lejana como siempre si el PSE se hubiera dejado perder en una política de confrontación con el PP. Si a Mayor Oreja corresponde el crédito de la nueva política del Partido Popular, a Nicolás Redondo, y al grupo de dirigentes socialistas que han puesto por delante de cualquier otra consideración la lucha por la libertad y contra el terrorismo, corresponde la iniciativa de un pacto constitucionalista y estatutario que el PP, primero despectivo, acabó por firmar. Es la suma de la decisión de sustituir al PNV en el Gobierno y del pacto que garantizaba la unidad de acción parlamentaria de los dos partidos constitucionalistas lo que ha cambiado por completo el panorama político del País Vasco.

En esta ocasión, sin embargo, el crédito no recae sólo sobre políticos que han combatido la resignación y han sabido cumplir su tarea. La aparición de iniciativas ciudadanas, la movilización de tantas personas valerosas que no se han resignado a callar después de haber perdido a alguno de los suyos, la salida a la calle de tanta gente antes temerosa, pero convencida hoy de que no salir equivalía a regalar todo el espacio público a los enemigos de la libertad, forma parte de la gran corriente que se ha levantado contra el silencio impuesto por los asesinos y sus cómplices.

Frente a esa movilización por un espacio público en el que respirar y hablar, el PNV no ha tenido mejor ocurrencia que recordar el bombardeo de Guernica. Ya se sabe: en villanías, mendacidad y vileza, el récord alcanzado por la actual dirección nacionalista siempre es batido al día siguiente. Pero al final tendrán que adaptarse a la nueva situación: después de esta batalla contra la resignación, la forma de gobernar, con o sin nacionalistas, jamás podrá ser la misma. En Euskadi, la gente ya no se resigna.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_