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Columna
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¿Le cabe a Heras el Tour en la cabeza?

Solamente ganan el Tour los que son capaces de pensar el Tour. Federico Martín Bahamontes seguramente no era gran cosa como pensador, pero, por rabia, piernas de gran multiplicación y orgullo cuesta arriba fue capaz de hacerse con la ronda francesa; Luis Ocaña, aunque murió tristemente por mor de la cabeza, sabía de sobra qué es lo que había que hacer para apuntarse la victoria; a Perico Delgado no sólo le cabía la carrera en la cabeza, sino que cargaba libros en el equipaje como quien avisa; y qué vamos a decir de Induráin, el corredor más cerebral que ha escalado el mundo desde los tiempos de Anquetil, con una celdilla en la sesera con aforo hasta para cinco Tours.

Roberto Heras, en cambio, no parece querer que averigüemos cuánta es su capacidad de almacenar mentalmente la carrera. Lo que ha hecho el corredor salmantino, con su fichaje por el US Postal de Lance Armstrong, es nada menos que vender o, por lo menos, subrogar por un tiempo esa expectativa de victoria. En el Tour de 2001 la única realidad ya absoluta que tiene el deporte español de la bicicleta trabajará para que el norteamericano pueda vencer de nuevo en la prueba por etapas con el mínimo de oposición posible. El toma y daca, se añade, consistirá en que Armstrong le ayude a que gane, por segunda vez, la Vuelta a España, lo que, al menos en lo deportivo, resulta un acuerdo francamente leonino.

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Los ciclistas se dividen en dos clases: los que pueden ganar el Tour y los que no. Cualquier temporada, llena como esté de triunfos en carreras por etapas, clásicas y campeonatos del mundo, no equivale a la victoria de ese mismo año en la competición francesa. El Tour es el superlativo Grand Slam de este deporte. Por ello, en la historia del ciclismo, lo que queda a la vuelta de los siglos es cuántas veces se ha ganado en París, mientras que el resto de victorias no pasa de una meritoria utillería.

Y Heras, que es joven, pero que está ahora, y ya no dentro de dos o tres años, en la mejor edad para acometer la victoria en los Campos Elíseos, ha preferido con su fichaje ser el segundo de quien, inevitablemente, comienza la última y definitiva fase de su carrera que ser el primero de sí mismo y de toda la afición española.

Los asuntos de dinero son como los del querer, que nadie tiene derecho a ponerse en la piel de los demás y menos a dar lecciones. Pero nos quedará cuando menos el derecho al análisis y la lamentación. Nos han robado la posibilidad inmediata de triunfo en el acontecimiento deportivo que transforma el mes de julio en Francia como sólo pudo conseguirlo la toma de la Bastilla hace ya una pila de años.

Cabrá argumentar que Heras no es todavía un corredor completo, que su insuficiencia en la contrarreloj lo limitaría a ponerle difícil la victoria al corredor que hasta ha sido capaz de vencer al cáncer y que, si corre un par de temporadas con Armstrong, puede emplearlas, además de para asegurarse la vejez, en ir aprendiendo, ¿y con quién mejor?, cómo se hace eso de combatir el paso del tiempo montado en una bici. Pero, francamente, no nos lo creemos, porque una cosa es obrar meditadamente y otra no tener ninguna prisa. Los grandes campeones siempre han tenido prisa; si Induráin no se espabila, en cuanto le pusieron bíceps y le quitaron grasa, en apurar su peso atómico de corredor Tour, no habría ganado cinco rondas, puesto que, a lo que se vio, la máquina iba de combustible como iba y, en vez de irse extinguiendo lentamente, el motor tenía las revoluciones implacablemente contadas.

Heras no sabe hoy cuántas vueltas le quedan en su contador, porque eso no puede empezar a avizorarse hasta que se ha corrido para ganar la gran ronda francesa. Esperar, en este caso, es una temeridad deportiva. Pero es posible que a la postre sea mejor así. A los corredores que les cabe el Tour en la cabeza no les cabe, sin embargo, en la cabeza no intentar ganarlo, por lo que si el ciclista castellano no quiere medirse a fondo todavía será porque no está del todo convencido de que hoy le quepa el Tour en la cabeza.

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