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Columna
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Jaque a los 'salvem'

Ya se estaba haciendo esperar la ofensiva contra los salvem, pero al fin se ha producido. No parece muy agresiva ni tiene visos de prolongarse, habida cuenta que tampoco sus adversarios tienen mucha munición contra estos colectivos. En realidad, sólo se trataba, al parecer, de etiquetarlos de anarquistas o concomitantes con esta reliquia histórica y, todo a un tiempo, de estar subvencionados por el PSOE. Una contradicción difícilmente asimilable y ridícula para cuantos saben cuán profundo es el divorcio entre anarcos y socialistas, por no hablar de la estrechez económica de estos últimos que a duras penas pasan casa. En fin, dos trolas que revelan la magra capacidad de análisis de sus críticos y su gusto por la exageración, como ha sido ver en una donación de 25.000 pesetas la prueba de toda una urdimbre financiera, que no existe.

Sin embargo, en lo que éstos no andan engañados es en subrayar la beligerancia de los salvem en cuanto grupos discrepantes del PP y de las políticas que se le cuestionan. Pero aún en este punto sólo dicen una media verdad, pues lo bien cierto es que las reivindicaciones emprendidas lo han sido y son de cara al Gobierno de turno y al margen de su color. Si hoy los populares tienen movilizados tantos salvadores es porque ese partido ha copado casi toda la Administración y de su arbitrio exclusivo depende el urbanismo que se ejecuta y que constituye el ámbito preferente de estas plataformas cívicas. ¿Contra quién, si no, tendrían que rebelarse?

Otra cosa es que el componente humano de los salvem proceda principalmente de la izquierda. La derecha, por lo general, carece de sensibilidad para alistarse en estas causas y, probablemente, tampoco tiene necesidad, pues se siente confortablemente instalada y su realismo o conveniencia le conmina a dar por santo y bueno que la presión urbana acabe con la poca huerta que apenas resiste, o que la Ley del Patrimonio Histórico sea papel mojado a la hora de salvar El Cabanyal, respetar el Botánico, o la ladera del Benacantil, o Velluters...

Ignoro cuántos salvem hay en estos momentos a pie de obra, reclamando ser oídos o impidiendo un desaguisado más. Pero lo previsible es que su número aumente, pues la fórmula, al margen de la eficacia que se le reconozca, es una de las pocas opciones que le queda al vecindario para plantar cara a la apisonadora administrativa. Los partidos políticos, además de andar de capa caída, ya ha tiempo que decantaron en la ciudadanía este género de protestas o cruzadas. Se limitan a alentarlas y, a diferencia de lo que taimadamente se dice, procuran no inmiscuirse o manipular sus actividades. Podrían encontrarse con un desaire.

Yo comprendo que el PP se sienta incómodo ante esta acometida de la sociedad civil y se obstine en desacreditarla mediante simplezas como las que quedan anotadas más arriba. Igual no tiene cintura política para fajarse con el fenómeno, y tampoco lo intenta. Pero esta actitud meramente defensiva o displicente no se nos antoja la más recomendable, aunque igual ha llegado tarde para establecer puentes. Lo indudable es que a golpe de insidias no acabará con los salvem, la más novedosa y progresista variante de participación cívica y de lucha por la calidad de vida.

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