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En absoluto me mueve ánimo alguno de polemizar con Vicent Esteve, miembro del secretariado del STEPV, a propósito de su reciente artículo La feina del matalafer, que se hacía eco de mi comentario (Requisito) sobre la petición por parte de la Mesa per l'Ensenyament en Valencià del requisito de conocer la lengua propia del país, el valenciano, para los funcionarios que accedan a la Administración autonómica, porque, primero, estoy de acuerdo con esa exigencia desde siempre, y, segundo, porque comentar que la petición llega en un (otro más) momento delicado no significa que la considere ni excesiva, ni fuera de lugar. Sin embargo, cuando Esteve asegura que considero que para que el requisito se plasme en una ley de la Generalitat es condición única que 'mientras no exista un diálogo resolutivo sobre la norma, la exigencia... se estrellará sin remedio contra el muro de la frustración, de la incapacidad política' parece haber seleccionado sólo un argumento del conjunto de los que señalé. En efecto, lo que escribí fue lo siguiente: 'Sin Academia, sin pacto para prestigiar y ampliar los ámbitos de uso del valenciano, y sin negociación global entre actores políticos, culturales y sociales a propósito del despliegue de la lengua como instrumento normal de comunicación la petición de la Mesa se va a estrellar en el muro de la inacción y el desinterés'. Es decir, no hablé de una condición, sino de tres. Y si se leía atentamente la columna, aún se añadía una cuarta: invertir en pedagogía, buenos oficios y políticas de acercamiento a propósito del contencioso sobre nuestra lengua. Cuando pasadas unas semanas, el presidente Zaplana acaba de declarar que cree 'probable' que para el año próximo se incluirá el requisito lingüístico para el acceso a las plazas de funcionarios de la educación (se entiende que obligatoria), competencia de la Generalitat, se ha ponderado que dicha declaración está en consonancia con las condiciones puestas por el PSPV-PSOE para el desbloqueo quizás definitivo de la negociación sobre la provisión de los miembros de la AVL. Aunque el objetivo aparente de esta columna parezca ser un desmentido a la literalidad con que Esteve me asigna condiciones únicas, en realidad se trata de un ejercicio de humildad a la hora de hacer balance de algunas previsiones sobre las que, a veces, uno escribe con vehemencia y, quizás, con precipitación. He aquí, pues, que el presidente Zaplana no sólo no ha entendido que el momento (actual) era delicado y el menos oportuno (como escribí), sino que más allá de lo que parece convenirle 'personalmente' (como cree Esteve que son las razones únicas y últimas del presidente en su acción política) ha anunciado un compromiso con una de las peticiones de la Mesa. La complejidad de la situación que afecta a la necesaria y retardada normalidad con que la lengua propia de los valencianos debería haberse beneficiado de los instrumentos que nominalmente se le han asignado por la democracia política de que disfrutamos los valencianos exige de todos los usuarios leales del valenciano una afinada apuesta por los pactos políticos y civiles, por la pedagogía convergente y el diálogo permanente. Por eso, espero que alguien más celebre públicamente que un presidente de la Generalitat, 25 años después de la muerte de Franco, 23 desde la aprobación de la Constitución, a casi 20 de la promulgación del Estatut, y a tres lustros de la Llei d'Ús i Ensenyament del Valencià haya hecho suya esta reivindicación y anuncie fecha. Es una buena noticia.
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