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Columna
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Un problema

Ya apareció en algún medio hace semanas: todas las noticias que tratan de la inmigración en España están marcadas por algún aspecto semántico relacionado con 'problema'. Sea la muerte en patera, la visión del cadáver en la playa, la chabola de plástico y cartonajes en El Ejido o, ya recientemente, el hacinamiento y las relaciones esclavistas en la producción de fresa de Huelva. Todo lo que nos traen los inmigrantes son problemas, vendría a decir la opinión de un ciudadano medio. Eso es lo que se les ofrece desde los medios de comunicación. Tal es la noticia, justifican éstos. Una última encuesta de Vox Pública nos confirma que el 64% de los encuestados piensa que así es la inmigración, un problema. ¿Qué hacer ante este profundo desencuentro entre la necesidad histórica de un país como España de recibir en este momento del siglo un alto contingente de mano de obra y una cultura social que rechaza al extranjero, especialmente si éste es árabe?

Los Estados Unidos han aumentado su población en 32 millones en la última década. Sólo la minoría hispana ha aumentado un 60% respecto del último censo, llegando a ser 35 millones. Allí ya existe un creciente acuerdo de que el futuro que les espera es el de una nación constituida por varias y diversas minorías raciales y culturales.

Posiblemente Europa y España no llegaremos a ser ese magma racial del vecino americano. Lo fuimos en parte en el pasado, sin duda. Pero de cualquier manera tenemos que, si no adelantarnos, al menos acompasarnos al ritmo de la ola social inevitable. 15.000 millones va a invertir la Junta de Andalucía en políticas para gestionar y paliar las consecuencias negativas de una mala estrategia frente a la inmigración. Veremos cómo se gastan y los efectos que producen. De momento tendremos que exigir tres cosas: que todos los ayuntamientos, socialistas y populares especialmente, doten terreno para construir viviendas transitorias; que las inspecciones de trabajo y los sindicatos estén más atentos para impedir casos como los de Doñana 2000, y, especialmente, una profunda y ambiciosa política educativa y cultural que haga descender en un futuro las peligrosas cifras de rechazo social a la inmigración.

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