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'No quiero escuchar crujidos en mi casa ni sentir cómo se mueve el suelo', dice una vecina

Los residentes desalojados prefieren que se derribe el edificio y se construya otro nuevo en su lugar

Las casas de San Cristóbal de los Ángeles pertenecen a tres promociones distintas: Poblados Dirigidos (4.043 viviendas), vinculado al antiguo Ministerio de la Vivienda, una barriada construida por Renfe (498 viviendas) y otra (1.235 viviendas), en la que se encuentra el bloque afectado, levantada por la inmobiliaria Norah. En 1991, la barriada de Poblados Dirigidos fue rehabilitada con dinero público. Pero no así la parte de Renfe ni la de Norah. 'Los vecinos, ante la indiferencia oficial, tuvieron que hacer lo que pudieron y pagarse ellos mismos los arreglos, o más bien las chapuzas que les hicieron', asegura De la Mata. Incluso la rehabilitación de Poblados Dirigidos fue en vano. Las fisuras volvieron a surgir al poco tiempo, y, con ellas, el miedo a que alguno de los bloques se viniera abajo.

Ahora esos temores se han hecho realidad en otra parte de San Cristóbal. Así que la mayoría de los vecinos del número 44 de Rocafort tenía muy claro ayer el futuro que quiere para el edificio. 'No quiero volver a oír crujidos ni ruidos extraños en mi vivienda, ni sentir cómo se mueve el suelo, en plan terremoto. Sólo tengo ganas de que venga la máquina y que lo tiren de una vez', contaba Vanesa, residente en el bloque.

El problema es que, según los vecinos, para demoler el edificio es necesario tirar toda la manzana. El bloque afectado está construido junto a otros cuatro portales que hacen una plaza en forma de U. 'Si nos pusiésemos todos los residentes de la manzana de acuerdo, nos costaría edificar unos seis millones cada casa; pero si sólo tiramos nuestro bloque, nos va a costar diez millones', explican los residentes. 'Lo que ocurre aquí es que la gente prefiere gastarse sólo dos millones en apuntalarlo, en vez de tirar y gastarse más dinero', comentaba otro corrillo. Además, los vecinos no tienen muy claro que sólo pudiesen tirar su bloque sin afectar a los otros: 'Esto tiene toda la pinta de que, como toquemos uno, el resto se viene abajo', afirmaban varios residentes.

Ángel Rodríguez, gerente de la Empresa Municipal de la Vivienda, fue claro sobre este asunto: 'Técnicamente es posible demoler sólo el bloque número 44 sin dañar al resto de los inmuebles. Otra cosa es que, aprovechando lo que ha pasado, el resto de los vecinos quiera también construir de nuevo', dijo.

Como el edificio, aunque sea de propiedad privada, se encuentra en el Área de Rehabilitación Preferente de San Cristóbal de los Ángeles, los vecinos obtendrán unas ayudas a fondo perdido de un millón de pesetas para la recuperación de sus viviendas, según confirmó Ángel Rodríguez. Este dinero, que proviene del Ministerio de Fomento, del Gobierno regional y del Ayuntamiento, también podrán invertirlo en el caso de que decidan reconstruir totalmente el edificio.

Vanessa e Ignacio pagaron, hace tres años, siete millones por uno de los pisos. Todavía les quedan por pagar cinco. A esa cantidad hay que añadir ahora el alquiler de la vivienda en la que van a estar hasta que se construya o se rehabilite el bloque y los diez millones más la hipoteca que les va a costar a cada vecino, si finalmente se hace, volver a edificar. 'Los bancos no quieren saber nada de problemas en las viviendas, así que nos toca pagar el resto del piso aunque esté inservible', se lamentan.

Esta pareja, como muchos vecinos, lleva dos noches durmiendo en casa de unos familiares. Desde que el pasado martes por la noche tuvieron que ser desalojados ante el riesgo de inminente derrumbe del inmueble.

Durmiendo en un hostal

Otros vecinos, que no encontraron amigos ni familiares a los que acudir, tuvieron que irse a un hostal que les proporcionó el Ayuntamiento. 'Estuvimos esperando hasta la una y media de la mañana en la calle a que vinieran los asistentes sociales a llevarnos al hostal. Los niños pasaron mucho frío y se acostaron sin cenar', comenta Mario Arango, un camarero de 43 años con tres hijos, de nueve, siete y cinco años. 'Además, ninguno de los vecinos [en referencia a los de los otros portales] fue capaz de bajar a los chavales un vaso de leche o un bocadillo', se queja.

Inés Álvarez, de 69 años, ha vivido en el 44 de la calle de Rocafort desde que se lo entregaron a los primeros vecinos, en torno a 1960. 'Anoche, antes de que nos desalojaran, estaba en casa y empecé a oír crash, crash, así que me imaginé que algo pasaba', relata. Inés ha sido testigo de los problemas, que, desde los años sesenta, sufrió el edificio: 'A los tres meses de darnos el piso ya tuvieron que apuntalarlo porque daba problemas', recuerda. La mujer pone otro ejemplo del mal estado del inmueble: 'En los bajos del bloque, a los tres años de vivir aquí, se cayó el suelo. Vimos que había agua, y es que pasa un arroyo por debajo y por eso la base del bloque se mueve de vez en cuando y nos mete estos sustos'.

Mientras los vecinos se preguntan dónde van a dormir los próximos meses, o quizá años, un residente del edificio adyacente ya ha colgado el cartel de 'se vende' sobre su fachada. Pide seis millones y medio de pesetas por la vivienda, aunque, con lo que ha pasado, se muestra cauto: 'Me parece a mí que, visto lo visto, no lo vendo', dice con resignación.

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