Lo que hay detrás
Hay en nuestra sociedad una tendencia endémica a emplear mitos y prejuicios como argumentos concluyentes. De esta manera se intenta ennoblecer el odio, darle apariencia de razonamiento para que parezca un juicio. Pero el odio no precisa razones, sino tan sólo motivos, y los que lo sienten, si desean publicarlo, no deberían simular que llegaron a él por una conclusión necesaria. Si es verdad, como dice un personaje de Bioy Casares, que 'la gente a nada quiere tanto como a sus odios', Joan de Sagarra es uno de los seres con más querencias de todos cuantos ha visto nacer este país. Lo digo como reconocimiento al conjunto de su carrera, pero pienso especialmente en el artículo que publicó en EL PAÍS el domingo día 1 de abril. Se titulaba Víctor Ripoll, el terror de la 'cultureta' y se refería a la industriosa labor filológica que el tal Víctor Ripoll (seudónimo de Lluís Bonada) ha ido llevando a cabo en su columna del semanario El Temps.
Detrás de la manía que Bonada le tiene a Oliva hay un problema de personalidad; otra cosa es lo que puede haber detrás del odio que le profesa Joan de Sagarra
Como el lector tal vez pueda recordar, los ataques de Bonada que De Sagarra anotó para componer en esta ocasión la horma de su sombrero iban dirigidos a Salvador Oliva, por su traducción de la Alicia de Carroll, y a Assumpta Camps, por su traducción del Zibaldone, de Leopardi. No diré nada con respecto al segundo caso, ya que lo desconozco por completo, pero sí quiero decir algo con respecto al primero. Soy lector de la obra de Oliva, tanto de sus traducciones como de su poesía y sus ensayos, y creo que, tomada en conjunto, posee un valor indiscutible. Es más: considero que sus versiones de Shakespeare son un regalo inapreciable, tanto por la calidad del estilo como por la transparencia del lenguaje, que logra hacer comprensible un autor a menudo bastante oscuro. Su traducción del libro de Carroll, que es en concreto lo que suscita esta polémica, puede tener algunos defectos (subsanados en una segunda edición que ni Bonada ni De Sagarra se han tomado la molestia de tener en cuenta), pero contiene las mismas virtudes que el resto de la obra de Oliva como traductor. No creo, pues, que De Sagarra tenga derecho a proclamar que Oliva no sabe inglés, que no trabaja con rigor o que en su versión de Alicia 'asoman cien disparates'.
Es posible que algunas de las observaciones que hizo Bonada en su columna de El Temps a propósito de la traducción de Oliva sean correctas, pero aun así los detalles elegidos no parecían tener mucha importancia, y si la tenían, Oliva no dejó de tomarlos en consideración. Recuerdo que uno de los 'cien disparates' fijados por el informe bonadiano era haber traducido lobster por llagosta (langosta) y no por llobregant o llamàntol (bogavante). La palabra inglesa designa ambos crustáceos, y si a efectos gastronómicos cada paladar puede tener sus preferencias, no veo por qué no las puede tener también a efectos estilísticos. En fin, lo que importa de la langosta o el bogavante de Carroll no es su nombre, sino su encaje en el poema que recita Alicia, y en eso Oliva es mucho más digno de lo que puede captar un aficionado a la quisquilla.
De Sagarra, aludiendo a criterios de su amigo Lluís Bonada, califica de 'excelentes' las dos traducciones catalanas anteriores de la misma obra de Carroll, la de Carner y la de Víctor Compta, lo cual, según parece, convierte la pretensión de Oliva de ofrecer su versión en una especie de crimen imperdonable.
No he leído la de Compta, pero debe de ser correcta, pues es un buen traductor; en cambio, conozco muy bien la de Carner y me parece que sólo el que ha sido infectado por años de dedicación a la cultureta puede calificar de 'excelente' lo que a todas luces no es más que un puro alarde de cursilería y de burda autosuficiencia. ¿Quieren disparates de verdad? Nada más empezar, Carner traduce bank (orilla) por banc (asiento); luego hace que Alicia se trate de vós a sí misma en sus monólogos, y llama 'gat castellà' al orgulloso gato de Cheshire. Y lo malo es que, a diferencia de los errores de Oliva, no hay más remedio que reproducir los disparates de Carner en cada edición.
'Mi amigo Lluís Bonada es así, lo parieron así', dice muy satisfecho De Sagarra, y es probable que esta frase de estilo cuartelario contenga una de las pocas verdades de su artículo. No dudo, pues, que detrás de la manía que Bonada le tiene a Oliva no haya más que un problema de personalidad; otra cosa muy distinta es lo que puede haber, lo que es público y notorio que hay, detrás del odio que le profesa De Sagarra. Para empezar, Oliva cometió la ofensa de traducir al catalán la obra dramática completa de Shakespeare, que en buena parte ya había traducido Josep Maria de Sagarra. No debió de hacerlo mal del todo, pues sus versiones se han representado con éxito en más de una ocasión, y parece claro que detrás del odio de De Sagarra está lo que no ha llegado a percibir su bolsillo de heredero. También está, probablemente, el hecho de que Oliva haya demostrado con claridad que el padre de su atacante tradujo a Shakespeare de las versiones francesas. De haber vivido en época de duelos, De Sagarra no habría dudado en mandar sus padrinos a Oliva para limpiar tales afrentas; en el siglo XXI, por suerte, tiene que aplacar sus ataques de bilis por otros medios. Oliva posee una calidad humana muy distinta. No hace mucho, Joan Sellent publicó una excelente traducción de Hamlet. Oliva, que dio a conocer la suya en 1986, no sólo la acogió con entusiasmo, sino que felicitó personalmente a Sellent. A De Sagarra lo parieron de una manera; a Oliva, de otra.
Toutain es profesor de literatura y escritor.
Ferrán.
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