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Columna
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Acoso

Los modernos sistemas de telecomunicaciones suponen un indudable avance y en general nos facilitan las cosas en la vida diaria particular y profesional. Teléfonos fijos y móviles, faxes, correo electrónico e Internet nos permiten comunicarnos y recibir información al instante, hasta el punto de que muchos de los usuarios de estos avanzados medios tienen tal dependencia de ellos que se verían perdidos, aislados, si de repente ya no pudieran utilizarlos. Pero estos modernos sistemas también nos complican a veces la existencia, porque, al convivir unos con otros, se solapan y, a veces, nos abruman. Antes bastaba una llamada telefónica para establecer contacto con los demás. Pero luego llegó el fax, y ahí empezó el lío. Porque detrás del facsímil llegaba la llamada de teléfono para comprobar la correcta recepción del envío. Con la incursión del correo electrónico la cosa se ha complicado un poco más. Ahora te mandan un emilio, pero, por si acaso ese día no abres el correo electrónico, te envían lo mismo por fax y, por supuesto, el remitente tampoco escatima la posterior llamada telefónica para asegurarse de que lo has recibido. Por si fuera poco, también te puede llegar un mensaje al teléfono móvil, incluso una llamada posterior al mismo para asegurarse de que lo has leído. Y todo para un mismo mensaje. Sucede sobre todo con los gabinetes de prensa de las instituciones, que, por lo que se ve, no reparan en gastos, ya que algunos de ellos recurren, además, al viejo sistema del mensajero para enviarte otra vez lo mismo. El resultado es que uno se encuentra con múltiples versiones de una misma comunicación: la del fax, la que aparece en la pantalla del ordenador, la de su correspondiente copia en papel, la del mensajero y las de los teléfonos fijo y móvil. Incluso sucede que si por casualidad ese día has pasado por la institución en cuestión, puede que te hayas llevado ya una copia en papel. ¿Han echado las cuentas? Al final se encuentra uno con más de media docena de comunicaciones. Todas para lo mismo. Un auténtico acoso. Y lo peor es que en muchos casos se va todo a la papelera -la de mimbre o la virtual- porque el envío no interesa ni pizca.

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