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Columna
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Tengo poderes

Juan José Millás

Un día de junio, durante la comida, mi padre dijo muy serio:

-Tomad nota de esto que os digo: hoy no nevará.

Era imposible que nevara. El calor había caído sobre Madrid como una manta y ya estaban las piscinas abiertas. Tenía tan pocas posibilidades de fallar como de que nos tocara el gordo de Navidad. Mi padre se había labrado un prestigio en la familia haciendo este tipo de predicciones negativas. Nunca decía lo que iba a pasar, sino lo que no iba a pasar.

-¿Por qué lo sabes? -preguntaba mi hermano pequeño.

-Porque tengo poderes -respondía él.

Un día colocamos en el jardín de casa una canasta de baloncesto. Mi hermano y yo estábamos jugando a encestar. Le había apostado que era capaz de meter siete tiros de diez, pero sólo conseguí introducir cinco. Entonces apareció mi padre y preguntó muy serio:

-¿Qué apostáis a que soy capaz de no meter ninguna canasta de diez tiros?

Mi hermano entró en el juego y se apostaron el postre. Mi padre hizo diez tiros y, en efecto, no metió ninguno. Mi hermano estaba asombrado.

-Y eso que hace años que no entreno -dijo con superioridad.

-Pero lo difícil es meterlas -dije yo indignado.

-Para mí, lo difícil es no meterlas, hijo -respondió con gesto paternal, y se retiró al interior de la casa. Mi hermano estaba como alelado. Era incomprensible la admiración que tenía por él.

-¿Pero no comprendes que te engaña? -decía yo.

-No -respondía él.

Una vez mi padre me vio hacer flexiones.

-¿A que no eres capaz de hacer cien? -me retó.

-A que sí -dije yo, y empecé: una, dos, tres, cuatro... En la 95 me derrumbé, ante la mirada atónita de mi hermano, que creía a pies juntillas en los poderes de mi padre.

Entonces, para rematar la faena, aseguró que él no era capaz de hacer tres.

-¿Cómo no vas a ser capaz de hacer tres? -dijo mi hermano.

-Ni siquiera dos -añadió él-. ¿Qué te apuestas?

-Lo que quieras.

Mi padre se tiró al suelo, hizo una flexión y se derrumbó.

-¿Lo ves? -dijo-. Tengo poderes.

Yo odiaba el gesto de superioridad con el que realizaba aquellas predicciones absurdas. A veces pensé jugar en su terreno y decirle que mis poderes me aseguraban que iba a suspender las matemáticas. Pero no hacía falta tener poderes para adivinar eso. No las había aprobado jamás. Además, yo quería tener poderes de verdad, para humillarle delante de toda la familia. En cualquier caso, como era incapaz de quedarme callado ante sus provocaciones, el día este de la nieve respondí:

-Tomad nota de lo que os digo: entre hoy y mañana nevará en Madrid.

Mi madre se echó a reír. Y mi padre, también. Y mi hermano. Se trataba de una previsión disparatada.

Esa noche no pegué ojo. Recé a todas las potencias. Prometí a Dios que si nevaba iría a misa todos los días el resto de mi vida, y al diablo, que le entregaría el alma. Cada quince minutos me despertaba y me asomaba a la ventana. A eso de las cinco caí agotado sobre las sábanas y me quedé dormido. Me desperté tiritando, pues no me había tapado. Abrí los ojos, miré hacia la ventana y vi que tenía color de invierno. Vi también que caían unos copos de nieve como jamás antes se habían visto en Madrid. Creí que estaba soñando, pero me pellizqué en el brazo, como los personajes de los tebeos, y me dolió. Luego desperté a mi hermano, que dormía en la cama de al lado y le mostré el panorama.

En junio del 65 o del 66 cayó una nevada sobre Madrid de todo punto excepcional: pero yo tuve la suerte de apostar por ella y gané. Me convertí en el padre de mi hermano, que me preguntó con admiración cómo había adivinado que nevaría.

-Tengo poderes -dije.

Mi padre me rehuyó durante todo el día y luego comenzó a declinar, a hacerse viejo. Yo, al contrario de lo que solía hacer él, no estuve alardeando dos semanas de mi éxito, pero noté que mi discreción era más eficaz que su imprudencia. Nunca supe si le debía el favor a Dios o al diablo, pues a los dos se lo había pedido con idéntico fervor. Llevo toda la vida esperando que uno u otro me pase la factura.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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