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Columna
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El oráculo de la Moncloa

El secretario general del PP no sólo se alivió en Alicante, sino que inyectó moral a punta pala a los de su misma cuerda. Hoy, hablar del centro reformista es una licencia arqueológica, y hablar de la próxima década, un ejercicio de videncia. Entre el vestigio y el augurio, Javier Arenas despachó su conferencia. Cada día, los políticos se parecen más a los cómicos de la lengua: les ha dado por hacer bolos y se pasan de pelmazos. Por hacer bolos y también plagios, que en cosa de plagios estamos dándole otra lección al mundo. Tanto que España ya no es una unidad de destino en lo universal, sino el plagio perfecto de una unidad de destino en lo universal. Confío no sólo en la ciencia, sino en la paciencia del maestro Raymond Carr, quien ha declarado recientemente que el historiador debe rechazar la visión de España como un país excepcional. Y estoy de acuerdo, como lo estoy en cuanto se refiere a que un historiador tampoco tiene que disponer de dotes psicológicas, casi espirituales, para penetrar en el alma de España. Aquí, lo único que el historiador debe tener es mucha correa y algo de cachondeo, si no quiere desalmarse del todo.

Pero además de bolos y plagios, a algunos políticos les ha dado por meterse a poetas y a profetas. Verbigracia Zapatero es un poeta lírico; Javier Arenas, un profeta mayor. Y a su paso por el Club Encuentro de Alicante, nos ha leído la cartilla y el futuro a todos los valencianos. El futuro, como ya se lo puede imaginar, se llama Zaplana. Y Zaplana -con las mismas palabras de Arenas- es uno de los principales activos del PP en España y un excelente presidente autonómico. Después de tan pasmosa revelación, el secretario general de los populares ha hecho sus vaticinios y los ha fechado, a lo que no se arriesga ni Aramís Fuster. Sabemos ya que en otoño de 2002 -y cómo le pega a la numerología, el menda- se cumplirá el destino del presidente. Pero vivir en el vértigo del presagio debe resultar muy inquietante, si no se tiene a mano una Maruja Sánchez, que es la evidencia. Y Zaplana, que sabe que su salvación está en el pragmatismo, prefiere la evidencia al horóscopo. Y, por otra parte, su presidencia autonómica concluye en la primavera del 2003, según su propio anuncio.

Si interpretar con certeza a los augures no consiste más que en esperar a ver en qué queda el pronóstico; interpretar a Javier Arenas es observar atentamente a Jordi Pujol. Porque si a Jordi Pujol le da la vena y anticipa las elecciones catalanas, el presagio concluye por diluirse, sin más, en la jacarandosa facundia del dirigente popular. Especulación y profecía andan de una pieza. Y Piqué tiene todos los avales de su partido para aspirar a la Generalitat de Cataluña. Así, la plaza vacante de Exteriores podría ser el camino de Madrid de Eduardo Zaplana. Pero a Josep Piqué, además de la astucia de Pujol, le acechan dudas y otros probables riesgos capaces de dejarlo en la cuneta. Por eso Zaplana no se fía.

No se fía o no debería fiarse de tanto elogio. El elogio siempre tiene algo de epitafio, aunque sea un signo casi imperceptible. Y hay que conocer a fondo a quien se lo sacude y en qué momento se lo sacude. Lo cierto es que se están produciendo movimientos muy curiosos, para perpetuarse en el mando. El que un ministro de Interior deje su cartera, para presentarse al cargo de lehendakari, no deja de tener su novedad. Y el que un secretario general del partido en el Gobierno vaya por ahí dándoselas de visionario, también tiene su miga. A lo mejor, hasta es cierto eso de que el poder emborracha. Y que la Moncloa ya tiene su oráculo, como lo tuvo Delfos, por ejemplo. Si Delfos, además de una fuente de ingresos del peaje de los peregrinos, hizo de su oráculo un elemento para la unidad de Grecia, ¿por qué la Moncloa no va a hacer de Javier Arenas también un elemento? Sólo que en Delfos los mensajes se cantaban en hexámetros; y aquí se dan en versión centro reformista, que es otro cantar.

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