Caracoles sin papeles
Que Córdoba fue, es y será una ciudad origen de leyendas, anécdotas y fantasías debidas a la imaginación o la tradición popular que hable de califas o reyes, como lo fue Damasco, Bagdad o cualquier otro exótico lugar digno de Las Mil y una Noches, nadie puede negarlo. Lo sorprendente es que siga ocurriendo, porque aquí, no hace mucho tiempo, el Rey, un poco más prudente que Esaú con el plato de lentejas, ofreció al restaurador José María un título a cambio del tercer plato de salmorejo. El sabio hostelero hubo de recordar a Su Majestad que quedaban cuatro platos y que ya le había concedido la condecoración de Isabel la Católica.
Conserva, pues, Córdoba sus tradiciones que no sólo en la forma aprecia aquél que hoy pasee por sus calles, también se respira en el ambiente multisecular la magia, el sabio trajín del que se contagian hasta las indescriptiblemente coloridas pandillas de turistas. Grupos de todas las etnias que, mezcladas o no con los indígenas, encontrará por el camino que lleva hasta la plaza de la Magdalena.
Tras cruzar la vía dedicada a San Fernando se encontrará ante el museo consagrado a Julio Romero de Torres
Como se ha comenzado por recordar la oferta de prebendas a cambio de placeres gastronómicos, no estará de más salir, escoger el punto de partida, desde cerca del lugar de los hechos, situado junto a la Mezquita Catedral que, aunque parezca mentira, más de un cordobés no ha visto nunca por dentro.
Ya es hora de hacerlo, piérdase por la selva de columnas, admire una de las maravillas del mundo, aunque no esté catalogada como tal, sintiéndose árabe, castellano, gallego y, finalmente, ciudadano del mundo cuando vuelva a salir al aire libre para tomar la vía de la Encarnación, que en breve le conducirá hasta el rico Museo Arqueológico de la ciudad.
Piérdase por los alrededores del patio del siglo XV diseñado por Hernán Ruiz y admire, desde restos prehistóricos a esculturas romanas, pasando por las iberas; mosaicos romanos, piezas visigóticas y arte musulmán. Tras este encuentro con el pasado debe continuar por la calle Julio Romero de Torres, ahí, tras cruzar con cuidado la vía dedicada a San Fernando, se encontrará ante el museo consagrado al pintor, frente a la plaza del Potro, que merece una visita aparte.
Ya que ha llegado hasta aquí, pase y, en lo que fue antiguo Hospital de la Caridad, visite las cuatro salas, donde junto a fotografías, recuerdos y efectos personales del artista cordobés, sentirá el pellizco sensual ante los cuadros de La Chiquita Piconera, Naranjas y Limones, o hasta escuchará La Copla.
Tirando por Lineros y Rubio estará ante una de las muchas Iglesias Fernandinas: la de San Pedro, que da nombre a la plaza hermanada con la que se pretende visitar, pues cuando la primera tuvo problemas, uno más desde el siglo XVI, el culto de este templo se trasladó al de la bella arrepentida.
Es este lugar de culto del siglo XIII uno de los que más avatares ha sufrido a lo largo de los tiempos: se comenzó en 1263, como lo atestiguan las dos portadas medievales conservadas, ya que la principal, debida a Hernán Ruiz II en 1542 es renacentista. Es sede desde el XVII de la cofradía del Santísimo Sacramento que comienza la creación de su Capilla en 1742 y acaba con la ejecutada por Pedro Nolasco de las oficinas parroquiales, que ocultan la primitiva cabecera.
Cuando salga no deje de contemplar el magnífico retablo barroco y, sin tropezarse, vaya por la calle de La Palma, atraviese Plaza Regina, discurra por la de Arenillas y, a la izquierda, ya está en el lugar buscado: la plaza de la Magdalena. Otra de las de la Reconquista, entre las 11 que aún quedan en la ciudad.
Ocupa todo el fondo de la cuadrada plaza su fachada gótico bizantina de piedra arenisca, a cuya izquierda se puede ver, muy comido por los elementos, la figura de un ángel: San Rafael, se supone.
El templo sufrió un incendio que lo destruyó totalmente, por eso, tras la restauración para conservar, al menos, las tres naves sin crucero, nervaduras y artesonado mudéjar, se dedica ahora el edificio a actividades culturales: conciertos, exposiciones de arte y otros eventos se dan cita aquí.
Porque la plaza, que hace de vestíbulo de tan hermoso lugar, es un jardín cuadrado, con ocho parterres en los que crece el césped y árboles: palmas, acacias, paraísos, coníferas, naranjos y algunos florecidos arbustos dan sombra a los pequeños bancos de hierro colado y a esa más que mediana fuente de mármol negro embellecedora del centro de la plaza. Respetando la apetencia árabe por el agua, funciona y da música su chorrito. Aunque esto ocurre sólo desde 1854, hasta entonces era una zona despejada, sin vegetación, pese a lo cual se celebraban corridas de toros e incluso coronaciones de reyes.
Un olor de picante, yerbabuena y otras especias será el responsable de que decida pasar un buen rato ante un plato de caracoles o cabrillas y una cerveza fresca en el puesto de Caracoles La Magdalena. José Pérez y Pepi, su mujer, atienden el negocio que comenzó hace 60 años Manuel Rojano, El Pajero. 'Aquí llevamos 38 años, aprovechando los tres meses que dura la temporada', dice José ante su hijo Rafael, que recuerda con tanta picardía en la mirada como su padre la visita reciente de Ane Igartiburu con su amiga Eva Pedraza.
Son también clientes Enrique Ponce, Antonio Gala, Julio Anguita -¿qué cara tendrán comiendo caracoles?- y otros famosos que ayudan a consumir los 80 o 100 kilos de gasterópodos que a diario se hacen en las cazuelas del puesto. Hay gente, turistas, que intentan comérselos con cáscara y todo. 'Que no, hombre', tuvo que explicar José a un alemán, 'primero el bicho y luego un trago del caldito'. Parece ser que fue preciso repetirlo más de dos veces.
No sin pesar habrá de marcharse después de pasar tan buen rato. Puede ser que hasta México, como los caracoles que unos charros envasaron, congelaron y acompañaron hasta su tierra. Deliciosos bichitos con la casa a cuestas a los que Fox, seguramente, no les habrá pedido papeles.
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