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SAQUE DE ESQUINA | Cara y cruz en la Copa de la UEFA | FÚTBOL
Columna
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Fluido rosa

Toda Europa se pregunta por el Alavés, el terror de la Copa de la UEFA, la misteriosa peña rosácea que pasa por los estadios como una máquina de triturar carne. Los estadísticos no encuentran precedentes de su doble batalla con el Kaiserslautern; sólo saben que el rival era un áspero equipo alemán que evolucionaba por el campo con un estruendo de excavadora. Para evaluar el problema que representaba sólo había que analizar su trayectoria: según la tradición sus jugadores se ponían la armadura y trataban la pelota como si fuese un elemento metálico. La llevaban por sus engranajes con una exactitud teutona, remache por aquí, remache por allá, y convertían los torneos en una experiencia laboral. Sin duda eran muy aburridos, pero en cualquier pausa del horario te sorprendían sesteando y te hacían picadillo.

Claro que algo parecido se había dicho del Inter de Milán, su adversario en octavos de final. Entonces, los cronistas se entregaron a comparar patrimonios y presupuestos. Las conclusiones fueron demoledoras: con los caudales del Alavés, sumadas todas sus fuentes de ingresos, el Inter tenía más o menos para pagar a su equipo de planchadoras. Además, era uno de esos malos enemigos preparados para convertir los partidos en una tortura. Después de cultivar durante tantos años el fútbol de persecución había logrado convencer a sus seguidores de que el objetivo no es la pelota, sino la rodilla. Convenientemente aleccionado por el entrenador y liberado de cualquier compromiso estético, se entregaba a la tarea de llenarle la consulta al traumatólogo con una devoción sin precedentes, así que de nuevo provocaría dos dolores: dolor de pantorrillas y dolor de cabeza.

Aquellos forzudos llegaron a Vitoria con su habitual pavoneo de multimillonarios: enfundados en sus elegantes uniformes de campaña, se dispusieron a comerse Mendizorroza ladrillo a ladrillo. Es cierto que parecieron manejar el marcador con una autoridad rayana en la indiferencia, y que cuando el Alavés consiguió el empate final dieron la impresión de que le habían perdonado la vida. Pero unos días después aquellos chicos tan bravucones perdían la eliminatoria por aplastamiento y abandonaban su propio estadio escoltados por los carabinieri. ¿Cuál había sido el secreto?

La respuesta a aquella pregunta se ha repetido ahora. Ante los intérpretes del fútbol militar el Alavés aplica una fórmula mágica: jugar con desenfado. Tal disposición no implica que sea la alegre compañía. Además de armarse de valor, los muchachos de Mané se arman de paciencia.

Saludan, se entregan, disfrutan y ganan. Llenan las lagunas del área con su incomparable fluido rosa.

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