La visión modernista de Vandelvira
Un catedrático publica un estudio sobre el arquitecto renacentista, tardíamente reconocido
Hasta pasada la mitad del último siglo la figura de Andrés de Vandelvira no ha logrado el reconocimiento de su papel en el Renacimiento español, ni tan siquiera en Andalucía, donde se concentra la mayor parte de su obra. Así al menos lo piensa el catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Jaén Pedro Galera Andre, autor de un libro que analiza la vida y la obra del arquitecto que inmortalizó su talento en construcciones como las catedrales de Jaén y Baeza y la sacristía de la iglesia del Salvador de Úbeda, por citar sólo tres ejemplos de su vasta y amplísima aportación al arte español.
La obra de Vandelvira (Alcaraz, 1505-Jaén, 1575) estuvo ensombrecida por la irradiación de un centro indiscutible, el granadino, marcado por la huella de grandes artistas como Diego de Siloé y Pedro Machuca. Sin embargo, el profesor Galera considera que 'ni Vandelvira ni su obra permanecieron siempre al cobijo de las influencias granadinas, ni tampoco su actividad estuvo limitada al viejo reino de Jaén, que ha sido tradicionalmente punto de ósmosis entre Castilla y Andalucía'.
Pedro Galera destaca de Vandelvira su visión modernista y su cristianismo reformista. Su honradez y concepto ético de la vida le llevó a ser elegido por los canteros de la época para realizar las tasaciones oficiales de las grandes obras. Inició su labor creativa en su pueblo natal, Alcaraz (Albacete), de donde sobresale la portada de El Pósito, pero pocos años después inicia su incursión en la provincia de Jaén por la Sierra de Segura, de la mano de su suegro, Francisco Luna, que fue un hombre de confianza de la Orden Militar de Santiago. Después pasó por Villacarrillo, Sabiote y Úbeda, donde dejó una huella imborrable.
A partir de 1553, Vandelvira asume un contrato con la catedral de Jaén como maestro mayor, lo que le obligaba además a atender todas las necesidades de la diócesis. Cobraba además por las trazas que realizaba, que eran los diseños de los edificios. 'Eso no existía en el mundo medieval, donde no había una visión de conjunto de la arquitectura; de ahí su condición de hombre de vanguardia', señala Pedro Galera.
Durante esta última etapa de su vida no sólo acrecentó su prestigio dentro del territorio del reino jiennense, sino que trasciende fuera de sus fronteras. En 1557 concurrió al concurso-oposición del puesto de maestro en la catedral de Sevilla -cuya plaza obtendría a la postre Hernán Ruiz II- por entender que aumentaría su reputación profesional dentro del escalafón andaluz. Lograría su propósito años después, en 1572, al ser llamado, junto a Francisco del Castillo, para aportar trazas para la sala capitular, según unas versiones, o para el antecabildo o cabildo de verano, según otros.
En 1566, Vandelvira tasa las obras de la catedral de Guadix (Granada), donde trabajó activamente en el espacio siloesco de la capilla de San Torcuato. También tuvo vinculación con el palacio Carlos V, en la Alhambra de Granada, aunque en este caso para ser consultado por el arquitecto de la catedral granadina, Juan de Maeda. Algo similar le ocurrió cuando fue requerida su presencia por el deán de la catedral de Málaga para que continuara las obras del templo.
Conocer a Diego de Siloé fue algo que marcó la obra de Vandelvira. Con todo, el profesor Galera -autor también del libro El Renacimiento en el Reino de Jaén incluido en la Historia del Arte de Andalucía- resalta ante todo su cristianismo reformista. 'Vandelvira muere como un cristiano de su época, piadoso, contrarreformista', subraya el autor de este estudio del arquitecto que marcó las grandes obras del Jaén del siglo XVI. Además, conviene tener en cuenta el contexto artístico en el que vivió, con compañeros de trabajo procesados por la Inquisición, como fue el caso de Esteban Jamete, por sus heterodoxas ideas religiosas.
En cualquier caso, a Vandelvira no se le puede adscribir solamente a la arquitectura religiosa. Ahí están, por ejemplo, sus aportaciones a la arquitectura civil como los Pósitos de Baeza y La Iruela, y su afición a los puentes, como el de Ariza, en el término de Úbeda, y el de San Pablo, en Cuenca.
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