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El Boca gana el 'derby' bonaerense

Son dos palabras lanzadas como piedras, con furia, con una extraña mezcla de ironía y odio. Dice así: 'Hijos nuestros'. Y se cortan para cantarlas así: 'Hi- jos/nuestros'. Con un brazo alzado, amenazante. Medio país grita y medio calla, huye, se hunde en la noche. El Boca venció nuevamente al River (3-0) y la racha continúa. Desde 1994 que el River no puede ganar en La Bombonera, el campo del Boca. En la estadística general, la que se lleva desde 1931, el Boca le ha sacado seis triunfos de ventaja al River. Y la diferencia la hizo en los últimos años, desde que hace ya cuatro temporadas el entrenador Carlos Bianchi se hizo cargo del equipo.

No hay secretos para explicar los motivos. El Boca gana porque juega mejor. Se arma bien en defensa, sale de allí con el balón dominado y aún cuando tiene problemas para definir antes los partidos desde que el delantero centro Palermo se marchó al Villarreal, al fin termina marcando por demolición los goles que necesita. El River siente el peso de la responsabilidad y carga sobre sus espaldas la mochila de la historia más reciente. Su entrenador, Américo Gallego, no sabe ya que táctica emplear. Si se defiende, pierde. Si ataca, pierde.

Esta vez el River intentó disputar el partido en la mitad del campo, cercar al media punta Riquelme, cortar allí el circuito de fútbol que impone el Boca. Pero para eso necesitaba que los jugadores respondieran con actitud, cuerpo y ánimo. Algo falló. La actitud quedó en el camino y el ánimo se vino al suelo cuando el Boca marcó el primer gol a los 21 minutos de la segunda parte. El lateral derecho Hugo Ibarra recibió el balón fuera del área, amagó, salió hacia el centro del campo, dio otro paso de forma paralela a la raya del área grande y desde allí remató con la pierna izquierda. El balón entró en el ángulo superior izquierdo, junto al poste más lejano del portero Constanzo.

Sin actitud, sin ánimo, el cuerpo de los jugadores de River fue utilizado sólo para correr sin criterio o golpear sin medida a Riquelme y los demás. El burrito Ortega era la peor cara del equipo. Nervioso, impotente, ofuscado, improductivo, ineficaz. Los otros dos locos bajitos del equipo, el goleador Martín Cardetti y el conejo Javier Saviola, se quedaron huérfanos de asistencias y perdieron en los intentos individuales. Damián Álvarez, el reemplazante de Pablo Aimar, estaba pálido y desorientado como si no comprendiera que hacía allí y cuál era su función.

Mientras tanto Boca iba, a veces bien, a veces mal. Con Riquelme de conductor y todo el estadio esperando que el balón le llegue a él. Después de que el golazo de Ibarra abrió el marcador, todo resultó más sencillo. El River estaba obligado a adelantarse y a los cinco minutos, en una salida de contraataque, el portero Constanzo le cometió penalti al marcador lateral Rodríguez que llegaba lanzado y Riquelme se encargó de la ejecución. Constanzo alcanzó a detener el remate, pero Riquelme aprovechó el rebote que dio el portero para marcar el segundo gol de cabeza. El festejo del mejor jugador del partido, pensado y preparado de antemano, fue muy sugestivo. Riquelme eludió a sus compañeros que se acrcaban para abrazarlo, corrió hasta la mitad del campo, se paró en el punto central de frente al palco oficial donde estaba el presidente del club y se llevó las manos a las orejas para escuchar como todo el estadio cantaba su nombre. ¿Quería despedirse así o le estaba diciendo a su jefe que merece la indemnización que le reclama al Boca antes de firmar el contrato que le ofrece el Barcelona?.

El goleador Cardetti decidió marcharse antes luego de cometer una falta de atrás contra Ibarra y de pisarle la espalda después de que el jugador del Boca aterrizara. Con un jugador menos y todo el equipo entregado, el River sufrió el 'baile' anunciado entre los olés de la hinchada del Boca que colmaba el campo. Hacia menos de veinte segundos que el mellizo Guillermo Barros Schelotto había ingresado al campo cuando Hernán Díaz, defensa del River, le cometió penalti. El mismo Guillermo, mellizo de Gustavo, el jugador del Villarreal, se encargó de rematar y elevar el marcador al 3-0 definitivo. Fue entonces, cuando se jugaban los diez minutos finales, que comenzó a oírse el grito: 'Hi-jos/nuestros, Hi-jos/nuestros', el que todavía resuena como si fuera el eco de un odio visceral, de una bronca histórica, terminante, definitiva, irreparable.

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