Autoodio
Fue el sociólogo Rafael Ninyoles quien argumentó que los valencianos sufríamos un cierto complejo de autoodio. No voy a reproducir aquí las reflexiones y los análisis históricos que llevaron a este intelectual a formular su tesis. Pero la experiencia de muchos valencianos, que vivimos fuera pero seguimos ligados a nuestra tierra, sirve de aval de las teorías de Ninyoles. Las reacciones a un reportaje sobre Valencia publicado en la revista dominical de este diario, del que eramos autores Vicente Molina Foix y yo, pueden aprovechar como termómetro. Mientras para los forasteros y para los exiliados, la capital valenciana vive una ebullición social y cultural -más atribuible a las individuales que al papel de las autoridades, todo hay que decirlo- para los vecinos, la cotidianeidad resulta insufrible. Valencia se ha puesto de moda allende sus fronteras. Pero los protagonistas se sorprenden del entusiasmo que despiertan entre los visitantes.
De aquel reportaje se desprendía un hilo conductor que apuntaba a la aparición de muchos talentos individuales, de innumerables esfuerzos en solitario, que tropiezan con la ausencia de un respaldo colectivo. Desde dibujantes como Mique Beltrán a arquitectos como Juan Añón pasando por grupos como los músicos de Presuntos Implicados -todos ellos más reconocidos en el exterior que en el interior- surgía un lamento común que responde al nombre de falta de apoyo, tanto de las instituciones públicas como de los ciudadanos privados. 'Aquí', decían los actores de Albena Teatre, 'tienes que triunfar en Madrid o en Barcelona para que valoren más tu trabajo'. Es triste, pero creo que estas opiniones responden a la realidad. A pesar de nuestra fama de fanfarrones, en el fondo los valencianos no somos conscientes de nuestras posibilidades. Individualistas hasta la médula, nunca formamos lobbies ni nos contemplamos en conjunto ni nos unimos en una tarea común. Necesitamos -¡qué le vamos a hacer!- que las miradas ajenas nos vean como un bosque y no sólo como la suma de árboles.
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