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VISTO / OÍDO
Columna
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El buen converso

Soy partidario de la conversión; puede aparecer de pronto, como una iluminación o como una aparición, o puede ser una evolución. La vida es más larga que nunca, pero las situaciones son muy cambiantes. Hay gente que pierde su religión, su amor, deja de creer en su profesión: o en la música, el bacalao a la vizcaína o los traseros respingones. No sé cómo alguien puede creer en la Iglesia de Juan XXIII y también en la de Wojtyla. Muchos que creyeron en Pío XII estaban literalmente desesperados cuando todo cambió. Entiendo que el que sufre la alucinación de un amor pueda desencantarse cuando vuelve a la normalidad; o cuando recibe una alucinación distinta, que probablemente es la misma porque el que se alucina es el sujeto inmóvil y no el objeto mutante. No se es el mismo militar cuando se atacaba a la bayoneta que el de la guerra de pulsar el botón del misil. Ni el mismo cura de almas cuando se concentra el alma en la genética. Ah, sí creo que se puede ser el mismo rojo en el 2001 que en 1936. Pero ésa es otra cuestión, y me afecta a mí.

En cuanto a los amores, comprendo también que tantas hayan visto caer la venda de sus ojos cuando me han conocido mejor, o cuando han conocido peor a otro. La conversión del amor en odio es conocida: desde los clásicos. Quizá se odie uno a sí mismo por haber sido, haber creído o haber amado y, como decían los freudianos, proyecte. Suele pasar en la política: el converso culpa a los otros que son lo que él fue y les detesta. A veces les mata, como en el mal amor. O les denuncia, o les desprecia: se está despreciando a sí mismo, pero no lo puede soportar. Suele ocurrir cuando la conversión ha ido hacia la nada: el que se desengaña de una mujer puede odiar a todas las mujeres, la que tiene un amante machista determina que todos los hombres son machistas. La caída en el absoluto, la confusión entre el absoluto y la nada (no confundir con el escepticismo, ni con el estoicismo o el cinismo, que son positivos), puede hacer creer que es igual derecha que izquierda, dios que diablo, puta que virgen, juez que asesino, amigo que enemigo. Mal asunto.

(Pongo 'el 2001' porque no puedo soportar que haya que quitarle el artículo por tradición o continuismo, pero en contra de la eufonía, de la lógica del lenguaje, de la voluptuosidad de la filología naturalista. Pero pido perdón al corrector, al libro de estilo, a Álex Grijelmo y a la Academia. Y estoy, no sin cierto asombro por mi longevidad, en abril del 2001).

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