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Mármol para engastar las gemas

El arte del comesso parte de la búsqueda de piedras duras como lapislázuli, ágata, jade, malaquita y otras, de colores vivos y sugerentes veteados. Con el modelo de un dibujo, generalmente geométrico, y simétricas estructuras, las piedras son convenientemente pulimentadas y cortadas y dispuestas sobre un bastidor marmóreo, generalmente negro, que realza su belleza. Cenefas, escudetes y tarjetas componen armoniosos conjuntos, o bien decoraciones naturalistas, con papagayos, flores, insectos, incluso figuras humanas dotadas de sombra y contraste. Es un proceso laborioso, que requiere de una perfeccionada industria.

Precisamente en un paraje abandonado situado entre Torrelodones, Galapagar y Las Rozas, sobre un meandro que forma el río Guadarrama, existe un viejo molino de piedra. Su disposición informa de que albergó una gran noria de hasta siete metros de diámetro y un azud, canal diagonal hecho en el río para tomarle agua. Se remonta a 1570 y pertenecía al entramado de instalaciones y canteras que ceñía la construcción del monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Así lo asegura su descubridor, Javier García-Guinea, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, especialista en gemología y en piedras duras. A su juicio, el molino de Juan Mingo registró su etapa de mayor actividad en el último tercio del siglo XVIII. Entonces, el molino y sus instalaciones anejas, que hoy la vegetación casi cubre por completo, sirvieron para el corte de mármoles, de los que se proveyó al laboratorio del Buen Retiro.

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